El redoble de los bombos y tambores y el austero sonido de las carracas marcaron ayer en las calles del Casco Histórico de Zaragoza el comienzo de la Semana Santa del 2018. El acto central estuvo constituido por el pregón, pronunciado en la plaza del Pilar por el cardenal aragonés, Juan José Omella, que es también arzobispo de Barcelona.

«La Semana Santa no es una mera manifestación cultural y folclórica, sino la confesión pública de fe de un pueblo», subrayó el pregonero ante los representantes de las 25 cofradías y hermandades que a las seis de la tarde habían salido en procesión desde la iglesia de Santa Isabel, en la plaza de San Cayetano, para confluir en la del Pilar.

Omella, que tuvo un recuerdo para Elías Yanes, arzobispo emérito de Zaragoza fallecido este mes, aseguró ante los miles de personas congregadas ante la basílica del Pilar, que la diócesis zaragozana es su «familia de siempre». «He venido con gusto a Zaragoza porque es un poco mi casa», continuó.

De hecho, estudió en el Seminario de la capital aragonesa, como recordó a los asistentes Ignacio García Aguaviva, de la cofradía de las Siete Palabras, que corrió a cargo de la organización de los actos de ayer. Omella, nacido en Cretas en 1946, señaló que la función de un pregonero de la Semana Santa es difundir que Cristo no es un filósofo más o menos ilustre de la antigüedad, sino «el hijo de Dios». Tuvo un recuerdo emocionado para las celebraciones del Bajo Aragón y aseguró que los toques del tambor son «una invitación a participar en las celebraciones litúrgicas».

«Un obispo, en el fondo, no es más que un pregonero que anuncia a Jesucristo», concluyó, no sin antes agradecer a los asistentes su «paciencia» por aguantar el frío y el viento para asistir al pregón en la plaza del Pilar.