Hoy, 11 de julio, se cumplen 40 años de uno de los peores accidentes ocurridos en carreteras españolas, cuando un camión cargado de gas explotaba junto a un cámping donde veraneaban cerca de 800 personas. El 11 de julio de 1978, un camión que provenía de la refinería Enpetrol, en la Pobla de Mafumet, circulaba cargado de 25 toneladas de propileno líquido por la N-340 dirección Ciudad Real. Pero al pasar junto al cámping Los Alfaques, en Alcanar (Tarragona), cerca de las 14.30 de la tarde, la cuba explotó. Y lo que era una agradable postal veraniega se convirtió de repente en un infierno cuando una bola de fuego, consecuencia de la explosión, arrasó las instalaciones, calcinó casi de inmediato dos terceras partes del cámping y mató a 215 personas.

La tragedia de Los Alfaques obligó a cambiar toda la normativa de camiones que transportan mercancías peligrosas, prohibiendo que estos transiten por dentro de núcleos urbanos.

La explosión, como concluyó un informe de la Facultad de Física de Ottawa, se produjo por una sobrecarga en la cisterna del camión. El calor del sol de julio contra la chapa de acero de la cisterna calentó el propileno líquido que había en su interior y aumentó la presión del tanque, hasta que los cierres cedieron y la cisterna reventó. Esa fue la primera explosión que recuerdan los testigos del momento.

La segunda se produjo minutos después, cuando el propileno se evaporó por el calor del ambiente. En unos instantes, se formó una nube de gas que se expandió rápidamente, hasta que la pequeña llama de algún hornillo, un mechero encendiendo un cigarrillo o cualquier chispa perdida prendieron el gas, que ardió en una lengua de fuego que alcanzó los 2.000 grados centígrados.

La explosión atravesó el camping, carbonizando todo lo que encontró a su paso hasta llegar al mar, donde el agua hirvió en cuestión de segundos. Los bañistas murieron inmediatamente, y lo mismo les sucedió a los que se arrojaron al agua en un intento desesperado de huir de las llamas.

El primer balance fue de 158 muertos, aunque la cifra escaló rápidamente en las siguientes horas ya que muchos de los heridos que fueron trasladados a hospitales cercanos perecieron poco después.

La población se volcó entera en ayudar a las víctimas. Sin cuerpo profesional de bomberos todavía, se llamó a los vecinos de localidades cercanas para que trasladaran con coches particulares a los heridos, que en su mayoría eran familias de extranjeros: franceses, belgas, ingleses y alemanes que veraneaban en esta localidad del sur de Cataluña, lo que obligó a preparar un plan extraordinario de evacuación y repatriación internacional. El balance total fue de 215 muertos y 67 heridos. Tras el accidente, el cámping siguió -y sigue- funcionando, aunque la sombra de la tragedia marcó profundamente el lugar. Hoy en día, un obelisco salpicado con dos docenas de estrellas recuerda a los que perecieron aquel 11 de julio. Pero algunos de quienes vivieron esos hechos no decesitan de un monumento para que aquellos hechos no se borren de su memoria.