Fernando Adalid, el taxista barcelonés acusado de estrangular el 18 de enero del 2003 a su novia, la médica Gloria Sanz, manifestó ayer durante la vista oral que se celebra en la Audiencia de Tarragona que no era consciente de lo que había hecho y que este estado de confusión se prolongó durante los 23 días que tardó en confesar.

"Tenía la mente en blanco", afirmó numerosas veces para eludir las preguntas de José María Parra, fiscal jefe. El interrogatorio de la acusación particular lo evitó al acogerse al derecho constitucional de no responder. Admitió que asfixió a Gloria en la habitación de ésta después de una violenta discusión. Manifestó que se empujaron mutuamente, que ella se cayó, se golpeó en la cabeza, se incorporó y empezó a insultarle. "Me atacó, la cogí, caímos sobre la cama, luego al suelo, perdí los nervios, vi que no respiraba, quise practicarle los primeros auxilios, pero no sabía hacerlo", desveló sin un atisbo de emoción. Parra le preguntó si la había asfixiado, a lo que contestó: "Creo que le apreté el cuello, pero no puedo precisarlo".

Tampoco explicó por qué arrastró el cadáver hasta el taxi que había situado en el párking del edificio de Gloria y lo colocó en el maletero. Fue incapaz de justificar que cogiera el vehículo de Gloria y lo aparcara en un barrio de la ciudad y que abandonara el cadáver en un bosque. "Al día siguiente, yo estaba convencido de que Gloria había desaparecido", remachó. Narró que viajó a EEUU y Holanda hasta que el 4 de febrero fue detenido en Amsterdam, periplo durante el cual "no sabía lo que pasaba, estaba bloqueado".

Joan Corominas, el abogado defensor, se esforzó en subrayar que Adalid había actuado en un momento de enajenación mental y que no sólo estaba arrepentido. El Ministerio Público y la acusación particular califican el crimen de asesinato, delito por el que solicitan 18 y 20 años de cárcel, respectivamente.