El disfraz no pasa inadvertido, más que por el ingenio, por el diseño: escote de vértigo, hombros al aire y casi toda la pantorrilla a la vista. Un hipotético debate se zanjaría apelando a la sempiterna querencia estética si no fuera porque la ‘percha’ no ha elegido desfilar con ese atuendo de enfermera sexy. El traje se comercializa para niñas de 5, 6, hasta 14 años, e incluso hay tallas para bebés de un año. Una apuesta carnavalesca de impacto por la que se decantan algunos padres, que ha soliviantado a las redes sociales y propiciado la denuncia de FACUA. La asociación de consumidores está tratando de acudir al foco del conflicto y localizar al fabricante de este modelo, así como de los de policía y bombero. También sexis, sin duda. Disponibles para niñas, por supuesto. Pero no, el catálogo no tiene réplica para ellos.

“El caso ilustra la realidad de una parte de la sociedad en la que el único valor de referencia que se le reconoce a la mujer es el de labelleza y el erotismo. El mensaje lo aprende la niña, pero también impregna al niño, que a tan temprana edad asume como normal esa forma de marcar estereotipos y roles de género”, expone Juana Gallego, directora del Observatorio para la igualdad de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). Las niñas crecen asumiendo esa “promoción de la sexualidad”, esa necesidad de aparecer como “sumisas y atractivas para sus futuras parejas”, destaca Marta Padrós, profesora de Psicología de la Educación.

La gravedad puede aumentar cuando las pequeñas no son las únicas que se familiarizan con ese desempeño “hipersexualizado” de su figura con el único propósito de complacer al adulto. En ocasiones se “naturaliza” tanto ese desfase vital que incluso alguno de los mayores pueden protagonizar episodios de abusos, dice la psicóloga.

“Se lleva al extremo esa sexualidad con propuestas como la de Primark que comercializó sujetadores con relleno para niñas de 6 o 7 años”, destaca. También recuerda que la tolerancia con algunos aspectos en sectores vulnerables puede derivar en frivolidad y prácticas al filo del precipicio, como las ‘joshi kosei osampo’, las colegialas japonesas que ofrecen servicios de acompañantes a señores, inicialmente con el sexo vetado, pero “a un paso de la prostitución siendo menores de edad”.

INOCENCIA

Cada vez se precipita con mayor premura la llegada de la adolescencia, las ansias de querer ser mayor y, así, "el final de la inocencia" de los niños, expone Padrós. “Se promociona un modelo de construcción de la personalidad en el que la chica se cosifica, se concibe como un objeto, mientras que el chico figura como un sujeto. Y, claro, el sujeto tiene la potestad de hacer lo que quiera con el objeto, y más en una sociedad tan patriarcal”, sintetiza la psicóloga. Aparece así el germen de problemas de autoestima de la afectada y se abona el terreno para la violencia machista.

“No hay conciencia social de lo que pueden acarrear estas situaciones por lo sutil que resultan a corto plazo en la educación de un niño, de ahí que no lo perciban algunos padres ni las empresas que confeccionan esos disfraces”, destaca Gallego, profesora del Máster de género y comunicación de la UAB.

La reacción puede llegar cuando ya sea tarde y la pequeña muestre “trastornos alimentarios o sufra 'bullying' por no ajustarse al patrón estético” de sus compañeros. Roles que le llegan desde la TV yla publicidad, pero también por la conducta de padres obsesionados por que sus hijos vistan “pantalones pitillo y camisetas ajustadas”, mimetizando la presencia de un adulto. “Olvidan que la mejor indumentaria para ellos es la más cómoda -añade Padrós-, la que más se ajusta a su gran prioridad y que los mayores nunca deberían olvidar: jugar como los niños que son”.