Ya no hay más diario que leer. Ni queda gota del segundo café. Carla tamborilea los dedos sobre la mesa. Mira el reloj. Han pasado 20 minutos y su amiga Lucía no le ha dirigido la palabra. «Oye, si he quedado contigo hazme caso», rompe el silencio. Lucía apenas levanta la mirada. «En cinco minutos estoy», dice de manera apresurada mientras sus dedos se deslizan a toda velocidad por el teclado del móvil. En la mesa de enfrente, Marc saca el teléfono del pantalón y escribe un whatsapp a su novia: «¡Hey, que estoy delante de ti!». Marta lo mira sonrojada. «A veces lo hago sin darme cuenta, es la manía de tener algo en la mano», se justifica.

Esta escena es frecuente en bares, terrazas y cualquier espacio público. No importan los motivos. Tampoco si son 10, 15 o 30 los minutos que dura, o si el protagonista cree que es multifuncional. A estas alturas, ¿quién no se ha librado de un acompañante que le presta más atención al móvil que a él? La acción descortés de ignorar a la persona que se tiene delante por atender al móvil ya tiene nombre: phubbing, palabra que proviene de fusionar phone (teléfono) y snubbing (en inglés, desairar). El término se acuñó en EEUU en el 2007, año en el que desembarcaron los smartphones y su uso se convirtió en el gran pasatiempo.

Los especialistas consideran que el phubbing, además de ser una muestra de mala educación, es una alerta del uso excesivo que se le está dando a los dispositivos móviles en la vida cotidiana. «Une la adicción con la falta de educación, la incapacidad para interactuar con las personas y la apatía y el aburrimiento», apunta Marc Masip, director del instituto psicológico Desconect@, donde se ofrecen programas psicoeducativos para hacer frente a la dependencia extrema a las nuevas tecnologías. «Estamos viendo muchos casos porque el uso del móvil es abusivo, pero solo nos damos cuenta cuando nos lo hacen a nosotros. Entonces eres tú el que te ves contrariado, estás triste y te sientes ignorado», añade el psicólogo.

Confianza y poco respeto

Ahora bien, ¿soy igual de maleducado si no contesto a un mail o a un mensaje urgente por estar hablando con mi acompañante?, reflexiona Cristian López, doctor en Sociología. «Posiblemente, también», responde. Este experto sostiene que las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) están acabando con la comunicación, pero a la vez destaca que jamás nos habíamos comunicado tanto ni con tanta gente como ahora, precisamente «gracias a esas mismas tecnologías». El conflicto llega porque no todos los usuarios están igual de enganchados a ellas. Por eso sugiere una doble lectura del fenómeno.

«Es curioso, cuando más confianza tienes con la gente, los amigos y los familiares, más atención prestas al teléfono», destaca Juan Pedro, de 35 años, a quien le es imposible desconectar del móvil debido a su trabajo como administrador de una inmobiliaria. «Deberíamos tener más respeto hacia la gente con la que estamos reunidos, pero al final miras el teléfono y ves que todos están igual. Es un mal generalizado», dice Patricia Ortiz, estudiante de Psicología de 22 años, y añade: «Ahora te roban el móvil, o se te estropea, y sientes que se te acaba la vida; no nos hemos dado cuenta de lo viciados que estamos. Pero cuando quedas con una persona es para estar con ella personalmente; de lo contrario, quedas a través del móvil y cada uno en su casa».

Lo único innegable es que cada vez hay más usuarios de nuevas tecnologías. En España, el 75% de la población de más de 15 años tiene móvil. Según el informe Spain Digital Future in Focus de la consultora comScore, es líder en Europa en uso de smart-phones, con un 66% de penetración, mientras que la media de Inglaterra, Francia, Italia y Alemania es del 57%. El Instituto Nacional de Estadística revela que en Catalunya el 94,6 % de la población es usuaria de las TIC, superando sensiblemente el promedio de España, que es del 94,2.

Esas cifras se pueden leer también como «la evidencia de una fobia social importante», apunta la psicoloanalista Laura Kait, coordinadora de la red de asistencia psicológica Umbral. La especialista se refiere a la preferencia que algunos usuarios llegan a desarrollar hacia el contacto on line antes que cara a cara. «Es la ficción de estar conectado, cuando en realidad estás aislado. Un contacto sin tacto, una especie de no querer juntarse con el otro, de tener miedo, de que la mirada del otro, la voz del otro, el cuerpo del otro, las ideas del otro, te contaminen. En realidad, estás sometido a no poder parar con todos esos estímulos que te invaden», afirma la experta.

Afianzar los sentimientos

Existe la creencia generalizada de que las emociones y sensaciones del contacto humano no pueden ser reemplazadas por máquinas, pero el sociólogo Cristian López cuestiona esta afirmación y asegura que muchas personas prefieren relacionarse a través de las TIC porque las utilizan como un escaparate que afianza sus sentimientos y convicciones. «La identidad digital elimina algunos de los defectos que podemos tener, como la timidez o la falta de soltura al hablar», afirma. «Borrados esos miedos, el usuario se siente mucho más cómodo y libre para expresar emociones y pensamientos».

En el Enter Forum, un espacio de debate y reflexión sobre internet, las redes sociales y la privacidad celebrado en junio en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, la antropóloga Paula Sibila, profesora de Estudios Culturales y Medios de la Universidad Federal Fluminense de Río de Janeiro, destacó que las nuevas tecnologías han cambiado la forma en la que nos construimos como individuos. «El sujeto moderno, desde el siglo XIX hasta los años 60 del siglo XX, tenía su eje en su interior, era fiel a su esencia y no la variaba a lo largo de su vida. Hoy el eje se ha desplazado hacia el exterior. Nos construimos en función de la mirada de los otros. De la esencia, hemos pasado a la apariencia», sostiene.

La parte positiva de este fenómeno, según esta antropóloga, es que ya no es necesario ser fiel a una identidad fija, lo que permite reinventarse y ser más creativo. La parte negativa es que en ese afán de construirse a base de la mirada de los otros, y no de la propia, en el caso de los sujetos más frágiles «excluye la posibilidad de refugiarse en sí mismos».

Imaginación y deseo

Para Eva Illouz, profesora de Sociología y Antropología de la Universidad Hebrea de Jerusalén, la red es el cúmulo de presencias fantasmales en donde se crean sentimientos sobre un objeto que no es real ni se posee, pero que los dispositivos tecnológicos pueden recrear ilimitando su presencia. Donde antes había poca información sobre el otro, ahora se da un exceso, lo que comporta una desconexión entre la imaginación y el deseo.

Según el estudio sobre hábitos de uso de internet en el móvil elaborado este año por la plataforma Tuenti Móvil, el 68% de los usuarios admiten haber ignorado al menos una vez a sus acompañantes. Eso sí, poniendo como excusa que se trataba de «asuntos importantes», como estar esperando alguna llamada, un correo o un mensaje. El 13% no tiene problema en admitir que siempre da prioridad al dispositivo sobre las personas con las que se encuentra.

Cristina, estudiante de 16 años que se suele comunicar vía Facebook, Instagram y Twitter, afirma rotunda: «Lo que me dicen en el móvil es más importante». Y añade: «Yo he ignorado muchas veces a mi padre. Siempre pongo la excusa de que las mujeres podemos hacer dos cosas a la vez, pero en realidad no me entero de lo que me dice. Sé que no me va a contar nada que no sepa». Mientras, Martina, de 16 años, admite que tiene más trato con sus amigos a través de las redes que en persona: «Lo hace todo el mundo, es como una inercia».

A pesar de que cada vez es más frecuente está práctica, ninguna ciudad de España forma parte del ranking internacional de las ciudades con más phubbers, elaborado por la plataforma stophubbing.com. Encabeza la lista Nueva York, con 20 millones de phubbers, por delante de Los Ángeles, Londres, París y Hong Kong.

Hándicap adolescente

Los especialistas advierten de que el phubbing puede generar soledad, ansiedad, melancolía, trastornos del sueño, problemas de aprendizaje e interrupción de la dinámica social. En casos más graves puede convertirse en una adicción a los dispositivos móviles. «Deberíamos ir con cuidado, porque si esto sigue aumentando, las consecuencias pueden ser terribles», advierte Marc Masip, del instituto psicológico Desconect@, poniendo el foco en el debilitamiento de las relaciones personales que se empieza a dar entre los adolescentes. «Nos podemos encontrar, de aquí a 10 años, con una población que ya será adulta y deberá tirar del carro, sin ningún tipo de habilidad para relacionarse entre sí». Y sugiere poner freno a las pantallas. «Jamás será lo mismo recibir un 'te quiero' en texto que ver a alguien diciéndote 'te quiero'».

Yair Amichai-Hambueguer, especialista en psicología e internet y también participante en el Enter Forum del CCCB, considera fundamental que el internauta fomente su autonomía por medio de reflexiones y pensamientos críticos. «Internet no es ni bueno ni malo, es lo que haces con él»,