Hace un año, el 18 de junio del 2018, Mok Kamara fue portada de este periódico e imagen de muchos otros. Era uno de los 629 inmigrantes del Aquarius y bajó al puerto de Valencia con una camiseta en la que había escrito a mano Confío en España. Con media Europa cerrando sus fronteras y la otra media silbando, la invitación del Gobierno cambió sus vidas y, aunque la política del ejecutivo respecto a los rescates en el Mediterráneo ha cambiado, este joven de Sierra Leona mantiene la esperanza en que la ayuda se completará con los papeles necesarios para seguir en el país.

«Ha sido un buen año. España nos ha acogido y agradecemos todo lo que hace por nosotros. Mientras Italia o Francia nos decían que no, España nos ha dado facilidades. Pero los que al final se fueron a Francia ya tienen un permiso de 10 años y aquí aún nadie tiene nada. Esto es muy estresante para nosotros», lamenta en una charla con EL PERIÓDICO. «Cuando salí del barco lo hice con una camiseta que ponía que creía en España y creo que no nos va a abandonar, sigo confiando», afirma convencido en la sede en Valencia de CEA(R), la Comissión de Ayuda al Refugiado.

REFUGIADO

Mok tiene ahora 25 años y aspira a tener el estatus de refugiado. «Dejé mi país por razones políticas. Ahora en Sierra Leona no hay guerra, pero sí luchas políticas» cuenta. Y muestra en su móvil unas imágenes que dice son de hace pocos días en los que un grupo de militares toma al asalto, con disparos y gases, la sede de su partido.

«Unos meses antes de mi marcha hubo elecciones y ganó el SLPP, el partido verde, y yo soy del APC, el rojo. En mi país si estás en el lado equivocado, estás marcado. Empezaron a perseguirme, me acosaban, querían matarme», narra.

Ante esa situación, cuenta, decidió huir con la que era su mujer. «Crucé el desierto por Guinea Kronaki, fue terrible, creo que tardamos un mes. Luego pasamos por Malí, Niger y llegamos a Libia», recuerda. Pero aún quedaba lo peor.

«Libia es un infierno y más si eres negro. Nada más entrar nos capturaron en un taxi, a mí me obligaron a trabajar para recuperar mi libertad y a ella la metieron en una cárcel y la violaron. Logró escapar y nos encontramos en un campo de refugiados», explica. Pagó 2.000 dinares para embarcarse en unos cochambrosos y abarrotados botes que les condenaban a la muerte si no eran rescatados. «Pronto empezó a entrar el agua, murieron varias personas. Entre varias pudimos rescatar a dos o tres que se habían caído, una de ellas embarazada», rememora.

SALVACIÓN

Cuando peor pintaban las cosas apareció el Aquarius. «Fue una liberación, salíamos de un infierno», remarca. Pese a las dificultades y a la incertidumbre recuerda con alegría esos días a bordo. «Nunca los podré olvidar», afirma. Lo mismo que el desembarco en Valencia, donde querría quedarse.

De la mano de CEA(R) ha empezado a poner las bases de su nueva vida. «Me he concentrado en aprender español», comenta. «Pero quiero continuar estudiando», afirma. En su país empezó Economía, pero le gustaría ser profesor. Para eso necesitará el asilo o la protección subsidiaria. «Mantengo la confianza que tenía cuando decidí cruzar el Mediterráneo», sentencia.

La cifra de muertos en estas aguas no para de crecer. El próximo jueves, 20 de junio, es una fecha clave para el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), pues se conmemora el Día Mundial del Refugiado. En este día, el Comité español de ACNUR tratará, más que nunca, de trasladar la realidad de las personas refugiadas obligada a abandonarlo todo.