La epidemia del VIH no supone los mismos desafíos para todos los países. Y su tratamiento tampoco. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que en algunas regiones en vías de desarrollo más del 10% de las nuevas infecciones son causadas por virus resistentes. De ahí que se esté planteando que el inicio del tratamiento del virus de la inmunodeficiencia humana vaya precedido de un test de resistencias en el que se evalúe si el virus se puede frenar mediante medicamentos antirretrovirales de primera línea o si por el contrario es necesario explorar otras alternativas terapéuticas (cuyo coste suele ser mucho mayor). Ahora, una nueva investigación apunta a un nuevo umbral de diagnóstico que permitirá plantear más afinadamente el tratamiento más efectivo para atacar el VIH.

«Si una persona toma un fármaco al cual el VIH es resistente nos exponemos a dos principales riesgos: que la infección no se frene y que el tratamiento en sí acabe suponiendo un sobrecoste económico innecesario», explica Roger Paredes, investigador principal del grupo de Genómica Microbiana de IrsiCaixa. Mientras que en algunos países como España los tratamientos de segunda línea suelen encontrarse de manera fácil y a precios no excesivamente altos, en el caso de países con escasez de recursos el acceso a estos tratamientos supone un reto.

«En países de renta baja, los tratamientos de segunda línea suelen ser mucho más caros y escasos, por lo que tan solo se prescriben a aquellos pacientes cuyo virus cuente con mutaciones resistentes al tratamiento de primera línea», añade Paredes. «De ahí que nuestra preocupación fuera establecer a partir de qué punto es realmente eficaz hacer el cambio de primera a segunda línea, para no agotar opciones teratpéuticas y no suministrar un medicamento más caro de forma innecesaria».