Los alumnos acudieron a la pequinesa Universidad de Tsinghua aquella gélida mañana de enero como si China hubiera ganado el Mundial de fútbol. Investigadores de Shanghái acababan de clonar dos macacos, lo más cercano hasta el momento al ser humano, y el orgullo nacional sobrevoló la rivalidad entre las dos ciudades. China había vencido en la carrera a Estados Unidos. La semana pasada, en cambio, el anuncio de los primeros bebés nacidos con ADN manipulado generó desolación, vergüenza e ira. He Jiankui no trajo ninguna gloria, solo ignominia.

Lo cuenta el alicantino José Pastor, profesor de genética del desarrollo y director de laboratorio en Tsinghua. “Quiso ser famoso, un héroe nacional, pero midió mal. Ahora es un villano que no representa a la investigación china”, aclara en su despacho. Se temía que He arrastrara al lodazal al gremio y los titulares lo confirmaron. Esa conocida mezcla de pereza periodística y prejuicios acabaron achacando el experimento a China y no al solitario investigador que había ocultado su trabajo hasta publicarlo en Youtube y ya ha recibido la repulsa de todos los estamentos nacionales.

La clase científica china ha firmado manifiestos tildando de “locura” el experimento y defendiendo el trabajo serio, profesional y ético del gremio. Los laboratorios universitarios y las clínicas de fecundación in vitro en China están sometidos a similares controles que en Occidente y no se permiten aquí mayores desmanes con los cobayas. China ha dado el gran salto en investigación y sus científicos ya publicaron en 2016 más trabajos en las revistas especializadas que los estadounidenses.

Detrás está la voluntad gubernamental de la excelencia académica a través inversiones multimillonarias y la contratación del talento extranjero. En 30 años ha pasado de destinar 3.000 millones de euros en investigación a 400.000 millones. Las universidades que brotan en masa en el sur permiten a investigadores de todo el mundo abrir sus laboratorios. Pastor, tras su estancia en la Universidad de Yale, huyó del erial español y desechó ofertas en Reino Unido para venir a China. “Aquí dispongo de material mejor que en Estados Unidos”, revela. Tsinghua es una referencia mundial en biología y sus últimos decanos llegaron de Yale y Princeton. Las dimensiones de su campus recomiendan una bicicleta. Ese contexto explica a He como una dolorosa excepción.

Sobran razones para criticarle. La manipulación genética evitará que las gemelas contraigan el SIDA pero las aboca a un inquietante horizonte de mutaciones imprevisibles que se extenderá a sus descendientes. En China indigna la falta de ética. “Está claro que engañó a los padres, nadie daría su visto bueno si supiera las consecuencias. Es prácticamente seguro que habrá mutaciones. Sabemos muy poco de qué hace cada gen, no podemos introducir modificaciones al azar”, añade Pastor. Ni siquiera es reseñable su pericia: cualquier estudiante aplicado de postgrado puede utilizar la herramienta CRISPR, unas tijeras de gran precisión.

El biólogo chino ha vulnerado la moratoria acordada por la clase científica global y traspasado la frontera entre la curación y la eugenesia. Pero llegará el día en que la ciencia permitirá modificaciones genéticas tan seguras como las actuales vacunas. Y entonces el mundo tendrá que sentarse a decidir dónde coloca la línea. ¿Extraer el gen que predispone a la obesidad es cura o mejora?

Se intuye un consenso complicado porque la sensibilidad depende del contexto cultural y la Historia. Basta leer los comentarios en los diarios para comprobar la repulsa en Occidente: Nazis, Mengele, eugenesia, Frankestein, aprendiz de Dios, gran hermano, interferencias en la naturaleza… “Los chinos juzgan de forma diferente a los niños de diseño. Ellos ven una familia feliz, un hijo más alto que se casará con una mujer más guapa o con más memoria que sacará mejores notas”. Son formas diferentes de entender al individuo y la sociedad, al progreso y el poder. El exhaustivo control del Estado sobre nuestras vidas se vale de técnicas clandestinas en Occidente (Snowden es un ejemplo tan bueno como tantos otros) mientras el Gobierno chino publicita sus últimas tecnologías en la prensa sin que nadie se acuerde de Orwell.

Pero es previsible que las reticencias mitiguen a medida que aumente la seguridad. “En Silicon Valley, el motor filosófico que dicta hacia dónde va la humanidad, se asume que la mejora se practicará bajo ciertos parámetros”, recuerda Pastor. En medio de la indignación global hacia He se han escuchado unas pocas voces discordantes. El reputado genetista George Church, de la Universidad Harvard, ha lamentado la campaña de bullying hacia su colega y se ha mostrado más comprensivo con su trabajo. Ya era necesaria una legislación internacional antes del experimento de He, señala el biólogo español. Ahora es inaplazable.