En los bosques de Benyunes y Castillejos, junto a Ceuta, o en el Gurugú, cerca de Melilla, los subsaharianos también se asientan por nacionalidades. Deciden instalarse en condiciones muy precarias en comparación con los pisos patera porque sienten más cerca el objetivo europeo. Solo deben esperar la llamada del líder, el chairman, sobre quien pesa la responsabilidad de mantener el orden y asegurar la convivencia. El cabecilla es quien, además, distribuye la comida, como por ejemplo cuando, en un gesto de compasión, un marroquí les entrega un jabalí que previamente ha cazado.

Pero comer jabalí es algo completamente excepcional en medio de las circunstancias. Los inmigrantes caminan cada día más de tres horas, la distancia de ida y vuelta entre el bosque y la ciudad, para hacer acopio de víveres, y también de cartones, plásticos y mantas con los que protegerse del frío nocturno. La vida en el bosque es cada vez más difícil por las múltiples redadas policiales.