Son las siete de la tarde de un día de julio y dos guiris veinteañeros con los hombros quemados y gorro de paja cargan un carro de supermercado hacia el remozado apartamento que alquilaron por internet por un precio que les pareció una ganga y que escandaliza a sus vecinos de edificio. Una cuadrilla de obreros arregla las aceras de la histórica calle de la Barraca. Y otra las de la calle de la Reina. Un grupo de jóvenes pasan el rato sentados en sillas plegables en una calle parcheada en la que todos saben que se vende droga. Otra pandilla, toallas de playa al hombro, atraviesa el barrio con mirada inquieta de vuelta a Valencia. Una vecina ojerosa comenta que entre el calor y los gritos no se pudo dormir hasta las dos. Una veintena de personas empiezan a juntarse para celebrar el culto en un descampado. Una pareja de turistas, guía alternativa en mano, observa admirada un delicado y colorista ecosistema que se salvó de la destrucción pero que sigue amenazado de derribo.

La prolongación hasta el mar de la avenida de Blasco Ibáñez fue el gran proyecto frustrado de la alcaldesa Rita Barberá. Durante más de 20 años hizo y deshizo a sus anchas casi en cada barrio pero no aquí. La resistencia vecinal de Salvemos el Cabañal, atrincherada tras las declaraciones de Conjunto Histórico Protegido y de Bien de Interés Cultural, se las ingenió para retrasar más de una década su plan, hasta que en el 2010 una orden ministerial socialista lo calificó de «expolio» y lo mandó al cajón. El cambio de gobierno municipal en el 2015 puso el punto y final a un proyecto que derribaba casas y edificios como la Lonja de Pescadores o la Casa dels Bous, donde Sorolla guardaba sus cuadros mientras los acababa. Se prometió también un plan integral porque el barrio estaba, y está, hecho cisco, especialmente la llamada zona 0. Son las calles por donde debía pasar el reluciente bulevar, flaqueado por edificios de cinco alturas casi hasta el agua. Para su construcción el ayuntamiento compró casi 500 viviendas. Unas se derribaron, otras han sido ocupadas y otras siguen tapiadas. Y no se sabe qué es peor. Las ordenanzas municipales no existían en esa cuadrícula, allí los servicios de limpieza no entraban, ni tampoco la policía. La idea era que el barrio pasara de humilde a marginal para tener vía libre para partirlo en dos. Y en parte lo lograron.

PROBLEMA ENQUISTADO / «La anterior administración deshizo el barrio. Su proyecto era especular, era destrozarlo, no le importaban los vecinos ni su historia. Lo hicieron tan bien que el problema está enquistado», apunta Tomás Correas, portavoz de Mejoremos el Cabañal, una asociación integrada básicamente por gitanos. Y la supervivencia como barrio vuelve a estar amenazada por los problemas de convivencia. «Tienen un reflejo muy negativo en la autoestima del vecindario y lo que no se quiere, no se defiende», sentencia Faustino Villar, portavoz de la influyente Salvemos el Cabañal.

LA VENTA DE DROGA / Ambos coinciden bastante en el diagnóstico. «Por un lado, está la invasión de la calle por personas que están alterando la vida normal de las pocas familias que quedan en esa zona 0. Ruidos por la noche, fiestas que duran días, partidos de fútbol de madrugada o barbacoas a cualquier hora», apunta Villar. Otro grave problema son las numerosas chatarrerías ilegales en locales ocupados y sin ningún tipo de control de ruidos y residuos. Y el tercero, y más peliagudo, es la venta de droga.

«Hay unas ocho o diez familias que se dedican al tráfico y eso lo sabe la Delegación de Gobierno pero no colaboran en nada. Prefieren que el trapicheo esté en una zona acotada», lamenta Correas, que puntualiza dos cosas. «Son gitanos los que venden droga pero los que vienen a comprarla son payos», destaca. Y resalta que «a quien más perjudica es a nosotros porque se nos criminaliza por ser gitanos».

Ambos comparten también buena parte en las soluciones: policial y judicial para el menudeo y unos servicios sociales y educativos que pisen la calle para reducir las molestias entre vecinos y favorecer la generación de oportunidades. «No se valoran las condiciones tan difíciles en las que vive esa gente», resalta Villar. «Hay que ofrecer soluciones a través de cursos de formación y de empleo. Ofréceles un trabajo, dales una salida y se sentirán integrados. La gente no ocupa por placer, sino por necesidad. Hay mucha gente que come y se priva de cenar», subraya Correas.

Si no se arregla pronto temen que haya un brote de xenofobia. «El puchero está en el fuego. La separación cada vez es más grande y el lenguaje va derivando en eso», advierte Villar, que asegura que la convivencia entre payos y gitanos ha sido buena históricamente en el barrio. «El problema va a ser grande. Hay grupos que están incendiando las redes sociales. Pero no se puede meter a todos en el mismo puchero», recoge Correas. «Hay que distinguir entre situaciones y tener sensibilidad», reclama. «Para tener empatía hay que ponerse en la posición del otro y si lo hacen verán que los gitanos no tenemos ninguna posibilidad. Se nos niegan trabajos, se nos arrincona en los hospitales, quieren tener a todos nuestros niños juntos en una misma escuela creando guetos y en un juzgado la palabra de un payo vale más que la de cien gitanos», enumera.

Las recientes protestas de Salvemos el Cabañal han provocado una catarata de medidas municipales. Algunas chatarrerías han sido clausuradas y se ha anunciado un retén policial en la zona 0. «Se dejan llevar a golpe de titular cuando el sector más elitista del barrio protesta o habla en la prensa», apunta Correas. Villar rechaza que tengan una posición maximalista, como se ha apuntado desde el consistorio. «Nos dicen que lo queremos todo en dos días y es mentira pero cuando no haces nada la situación empeora», subraya.

LA SOLUCIÓN DEL LADRILLO / En estos dos primeros años, el gobierno municipal había fiado buena parte de su política a la regeneración urbanística, en la que ha logrado implicar a la Unión Europea con una aportación de 15 millones de euros.

Pero el efecto llamada ha sido inmediato y fondos e inversores han empezado a comprar pisos. Y eso que el alcalde Joan Ribó se ha mostrado consciente de los peligros que acechan al barrio. «El miedo que nos da es que sea un lugar muy apetecible para fondos de inversión y para instalar bares a gogó. Por eso vamos a introducir limitaciones», dice el alcalde.

«Si la regeneración urbana es la que tiene que conducir la recuperación social será dentro de cinco o seis años y no estará bajo ningún control», sentencia Villar. «La política ha sido de anuncios y anuncios. Parecía que íbamos a ir por la calle esquivando los millones», comenta antes de lamentar también que las calles donde se ha empezado a actuar urbanísticamente son las que menos lo necesitaban

«Algunos quieren hacer del Cabañal una marca. Es una perita en dulce. Se han creado expectativas de especulación. Este es un barrio de gente humilde y puede llegar el momento en el que no hagan falta esas herramientas ni que echen a la gente porque se habrá puesto tan caro que se habrá tenido que ir», aventura Tomás Correas.