Katherine Johnson, que este domingo cumple 100 años, es una de esas científicas que solo el cine (Figuras ocultas, 2016) y el movimiento de reivindicación afroamericana suscitado con el presidente Obama en EEUU han sacado del ostracismo de la historia. En una época, los años 50 y 60, en que los ordenadores no existían, eran mujeres quienes hacían el trabajo de calcular todo lo que hiciera falta para que los ingenieros varones brillaran y cumplieran con el objetivo de liderar la carrera espacial con la URSS. Katherine fue una de ellas, la mejor según la agencia espacial estadounidense (NASA), que le rinde homenaje este fin de semana con un especial en su web.

Sus cálculos fueron decisivos en todas las misiones de la NASA desde 1961, incluidas el primer viaje al espacio de un estadounidense (Alan Shepard, 1961), el primer vuelo orbital alrededor de la Tierra de John Glenn (1962) y la del Apolo XI, que llevó al primer hombre a la Luna, Neil Amstrong. Además, participó en el proyecto del transbordador espacial. Eran tiempos en que los primeros ordenadores ocupaban grandes habitaciones para capacidades que hoy caben en un móvil. Las calculadoras humanas, en cambio, trabajaban con papel y lápiz y una rudimentaria máquina de sumar con la que hacían las operaciones una y otra vez. Eran la parte más oscura de un trabajo en equipo, el de la carrera espacial, en el que todo sumaba.

Katherine, que recibió la máxima condecoración de derechos civiles en EEUU, la Medalla de la Libertad en el 2015, explica que de pequeña le encantaba contarlo todo. «Desde los pasos que daba en la calle, los que me llevaban a la iglesia, los platos que lavaba», relata. Su curiosidad era tal que acompañaba todos los días a su hermano a la escuela de verano y se quedaba en la puerta a escuchar. Al profesor le hizo tanta gracia que la invitó a entrar. «Me gustaba aprender, siempre he estado cerca de gente de la que podía aprender algo», declaró en una entrevista de la NASA.

A los 10 años estaba en el instituto, y en la universidad segregada de la muy racista Virginia, fue una de las tres estudiantes seleccionadas (y única mujer) para hacer estudios de posgrado, aunque acabó dejándolo para ser profesora en una escuela pública. Abandonó el trabajo cuando se casó por primera vez y lo retomó ya con tres hijas. Fue contratada en el centro de investigación de la NASA en Langley, para el departamento de cálculo destinado a las mujeres negras que dirigía una antigua compañera de universidad, Dorothy Vaughan, la primera programadora de la agencia espacial. «Mi padre me decía: ‘Eres tan buena como cualquiera en esta ciudad, pero no eres mejor’. Nunca tuve un sentimiento de inferioridad. Nunca lo tuve. Soy tan buena como cualquiera, pero no mejor», decía.

La baja de una compañera, sus conocimientos geométricos y una voluntad decidida le permitieron demostrar su valía ante los ingenieros que dirigían la misión que encabezaría Glenn, años después candidato demócrata a la presidencia de EEUU. De hecho, se cuenta que Glenn dijo que no despegaba si Johnson no verificaba los cálculos que había hecho el primer ordenador de IBM instalado en la base de Virginia y que estaba conectado a otros tres en Washington, Cabo Cañaveral y Bermuda. Lo hizo y Glenn despegó.

«No noté la segregación racial en la NASA», afirmó, aunque en la novela que la descubrió para el gran público, escrita por la hija de un trabajador afroamericano de la agencia espacial, se relatan varios episodios de discriminación racial.

El estreno de Figuras Ocultas, en el 2016, la situó ante las cámaras y la hizo objeto de varios homenajes, uno de ellos en la ceremonia de los Oscar de aquel año, para los que el filme estaba nominado a tres premios. Desde hacía unos años se dedicaba a fomentar la ciencia entre los jóvenes y en especial entre las chicas, y la NASA la ha convertido ahora en una de sus mejores embajadoras, como demuestra la biografía publicada por su centenario, que se ha convertido en un auténtico tutorial del éxito emprendedor. «La NASA no sería lo que es sin usted, señora Johnson», concluye.