El cambio de hora que se aplica en la Unión Europea (UE) y EEUU desde hace 43 años cuando llega la primavera o el otoño nunca ha sido objeto de un estudio científico riguroso que evalúe los efectos que el adelanto o retraso temporal provocan en el cuerpo y la mente humanos. Sí se han publicado inquietantes datos sobre la repercusión colateral de la modificación horaria, conclusiones aparecidas en revistas científicas de prestigio que llegaron a asociar el paso al horario de verano (que este año se llevará a cabo la madrugada del sábado 25 al domingo 26 de marzo) con un incremento estadístico, de hasta el 12%, de los infartos de miocardio, y un aumento de los accidentes de tráfico. El estudio cardiaco lo publicó en el 2008 ‘New England Journal of Medicine' y fue inmediatamente desmentido por la comunidad científca.

“Esos datos movieron una gran polémica pero no respondían a una investigación rigurosa centrada en el auténtico efecto del cambio horario en el ser humano. Sería muy importante hacer un trabajo serio sobre este tema, para que todo el mundo sepa de qué estamos hablando”, propone el psiquiatra Antoni Bulbena, adscrito al Hospital del Mar, director del departamento de Psiquiatría de la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador de la influencia de la luz en las personas.

A partir de su experiencia clínica, Bulbena sostiene que el cambio horario, especialmente el que se producirá este sábado cuando haya que adelantar en 60 minutos los relojes -se perderá una hora de sueño-,sí ejerce efectos perceptibles y molestos en los colectivos más sensibles o vulnerables de la sociedad, un amplio sector en el que destacan niños, ancianos e individuos de cualquier edad implicados en algún desajuste del estado de ánimo.

Esa repercusión, añade Bulbena, no desaparece transcurridas 24 o 48 horas desde la modificación horaria, como se afirma con frecuencia, sino que se arrastra hasta “unos 10 días” después de producido el cambio. “Es el tiempo que el cuerpo humano necesita para readaptar por completo sus ciclos hormonales [cortisol, hormona de crecimiento, consolidación de la memoria adquirida] y el resto de relojes internos, entre ellos el de la presión arterial, el ritmo cardiaco o los periodos de sueño y vigilia”, describe el psiquiatra.

SUEÑO EXAGERADO O INSOMNIO

Tener más sueño del habitual, o no poder dormir de forma confortable son dos de las consecuencias más habituales del cambio horario en ese periodo de adaptación, describe el especialista. Irritabilidad, mareos o inestabilidad, malas digestiones y dificultad para concentrarse en actividades intelectuales son otras repercusiones. “Es una sensación general de estar ‘grogui’ y tener que hacer un esfuerzo para mantener la atención en algo -resume Bulbena-. Todo esto forma parte del periodo que invierte el sistema vegetativo en acostumbrarse al nuevo horario, un ajuste que también debe realizar el sistema inmunológico e incluso la musculatura: no se tiene la misma fuerza de día que de noche”.

La decisión de emprender el cambio horario dos veces al año tuvo una motivación económica inicial -el ahorro en luz artificial que implicaría-, un beneficio en cuestión desde hace años. Esto no ha impedido que el cambio de hora se instaure como indefinido para el ámbito europeo. Así se decidió en la última revisión del tema que realizó la UE. Estados Unidos y Canadá tampoco plantean modificaciones.

EL MISMO TODO EL AÑO

Una creciente proporción de médicos de familia, psicólogos y psiquiatras se han mostrado partidarios de mantener un mismo horario todo el año, sea cual sea el elegido. La mayoría escogería el veraniego. De esta forma, advierte el doctor Bulbena, se acabaría con el síndrome que se conoce como “trastorno afectivo estacional”, un cúmulo de pequeños malestares que conducen a la necesidad de un cierto recogimiento o aislamiento social pasajero o el deseo de comer más carbohidratos de lo habitual. “Hay personas que engordan, sin percatarse de cómo lo han hecho, cuando se ha iniciado la primavera, y otras que lo hacen en otoño”, explica una nutricionista barcelonesa, que no descarta la influencia del cambio horario en un imperceptible incremento diario del consumo de‘comida gratificante’ (chocolate, madalenas, palomitas con miel…)

“No conozco a ningún profesional sanitario que esté a favor de que al llegar la primavera o el otoño se cambie la hora -afirma el psiquiatra Bulbena-. Por algo será, que no lo defienden”.