Puede ser un detalle. Cierto, una casuística, algo que supera el estadio de la anécdota pero, desde luego, sí es un signo de lo mal que funcionan las cosas o de la horrible organización que existe en el aeropuerto de El Prat de Barcelona, víctima ahora de los conflictos laborales por la privatización (o lo que sea) de determinado servicios. Lo que sí es cierto, rotundamente cierto, es que, dada la situación de desastre que vivimos estos días, puede llegar a ocurrir una historia como la que vivimos el miércoles, todos, los pasajeros del vuelo OK-689 de la compañía checa Czech Airlines.

Retrasos sin explicaciones

Es evidente que, ni al principio ni al final, supimos de quien fue la culpa del caos vivido y, sobre todo, del desprecio que el aeropuerto, AENA, la compañía checa, quien fuese sienten por los pasajeros, por aquellas personas que, por trabajo o vacaciones, por obligación o divertimento, decidimos coger ese avión, que tenía que despegar a las 14.35 horas y acabó saliendo más de una hora después tras amenazar a este periodista con dejarlo en tierra o, incluso, retenerlo en algún cuarto oscuro del aeropuerto barcelonés.

Y todo porque llegada la hora del embarque, 14.05 horas, allí, en la puerta 44 de El Prat, no había nadie. Y cuando digo nadie, es nadie. Ni siquiera, por supuesto, el avión enchufado al finger. Dirán ustedes, con lógica, pues también han padecido esa situación en innumerables ocasiones: normal, 2 de agosto, 14.00 horas, miles de personas en El Prat, cientos de aviones despegando y aterrizando…sí, sí, perfectamente admisible, pero nadie informando, ese fue el problema.

De pronto, ya pasada la hora de embarque y despegue, llega, en efecto, el avión. Y seguía sin haber nadie de AENA ni de Czech Airlines en el mostrador. Y, cuando los pasajeros del vuelo, ante la mirada de los cientos de viajeros que esperaban embarcar, pretendieron cruzar la puerta de cristal de la puerta 44 de El Prat para ir a recoger sus maletas, la puerta se cierra de golpe. Y ellos, perplejos, no saben qué hacer, ni a quien llamar.

Un teléfono sin interlocutor

Y yo, ni corto ni perezoso, me acercó a la puerta y empiezo a tocar botones y numeritos. Y la puerta se abre. Y los viajeros entran en el aeropuerto. Y me dan las gracias. Y alguno me abraza como si le hubiese abierto la puerta de la prisión. Calor hacia en el interior de ese finger, desde luego, y de eso, sí les salvé, sí. Y, despejado el finger, seguía sin haber nadie de Czech Airlines. Y ya eran casi las tres del mediodía. Y, de pronto, suena el teléfono negro del mostrador de la puerta 44. Y, ni corto ni perezoso, dejó la cola y lo cojo. Y, cuando oigo la voz de uno de esos técnicos de chaleco amarillo, fijo, con walkie en la mano, que supervisa el operativo de embarque y despegue de la nave, es decir, el caos, el desastre, le explico lo que está pasando. Y le cuento que he librado del agobio y la cárcel a las varias docenas de pasajeros que acaban de llegar.

Y va el hombre y me grita (bien, sí, con clase, pero me grita) que yo no soy nadie para coger el teléfono. “Es más, ese teléfono no puede cogerlo usted”. Ya, señor, pero es que aquí hay decenas de personas que no saben nada de su vuelo, nada de si hay o no retraso, de si subirán o no a ese avión. Aquí nadie informa por megafonía ni en persona. “Ya, pero usted no vuelva a coger ese teléfono”.

Y vuelvo a mi cola. Y, pasa un cuarto de hora más, y sigue sin aparecer nadie. Y vuelven a llamar. Y lo vuelvo a coger. “Pero ¡bueno!, no le dije que no lo cogiera”. Oiga, señor, es que son ustedes unos impresentables que nos tienen aquí tirados sin información y no hay derecho.

El 'comisario' vengativo

Vuelvo a mi cola. Y, por fin, llegan los dos chicos de Czech Airlines, los mismos, claro, que nos habían dado las tarjetas de embarque en los mostradores 610, 611 y 612 de salidas. Y llegan como si viniesen de ducharse o de la piscina. Y no explican nada. Y no cuentan de por qué de ese caos. Y, cuando se disponen a iniciar el embarque, llega ¡me lo temía, sí!, el señorito del chaleco amarillo y el walkie, que no sé si es de Czech Airlines, de AENA o del Govern. Y llega gritando “¿Quién es el pasajero que ha cogido dos veces el teléfono de este mostrador?” Los chicos de Czech Airlines atónitos, no decían ni sabían nada.

Yo abandono la cola, doy un paso al frente (¡valiente yo!) y digo: he sido yo, sí, y ustedes son unos impresentables que no nos han suministrado información desde hace horas. Sí, he cogido yo el teléfono dos veces, simplemente porque merecemos un respeto y porque alguien debía informarle a usted o a quien correspondiese que llevábamos casi dos horas sin saber de ustedes. “Vale, pues ahora vamos a proceder al embarque y usted se va a esperar aquí conmigo y veremos que hacemos”. Y, entonces, se produjo una pequeña, cómo no, rebelión. Mis compañeros de fila le dijeron al caballerete que “si se lleva a este señor, se nos lleva a todos, porque todos creemos que lo único que ha hecho este señor ha sido preocuparse por nosotros, cosa que ustedes no han hecho, e informar a alguien que estábamos aquí tirados”.

Por favor, no haga más ruido

El señorito del chaleco amarillo reluciente y walkie en la mano se aparta un segundo, los chicos de Czech Airlines ven que se les complica el embarque y no controlan la situación y le piden al ‘comisario’ que les deje a ellos resolver el problema, que ya está en marcha, en proceso, el embarque y que se vuelva al avión a supervisar su salida.

Se produce una ovación cerrada (digo que para mí, jajaja) y empezamos a entrar en el avión. Y, justo cuando me toca el turno de mostrar mi tarjeta de embarque y pasaporte, el chico mayor de Czech Airlines, me pide disculpas al oído, me da las gracias por calmarme y me pide un último favor: “Por favor, no meta más ruido pues son capaces de quitarnos el avión”.

Y despegamos rumbo a Praga. Eso sí, después de tenerlos 20 minutos más enganchados al finger sin movernos, ya sentados en el avión, y 20 minutos más en cabecera de pista hasta despegar.

Sé que han vivido algo parecido, por eso se lo cuento.