El futbol ha terminado con las andanzas de Carlos Alberto Salazar, conocido como "el señor de la bata". El apodo inocuo no da cuenta de su poderío. Se trata nada más y nada menos que del mayor traficante de heroína colombiano y uno de los más importantes del mundo, de acuerdo con las autoridades de ese país. Salazar se hacía pasar por un próspero empresario de la región del Eje Cafetero. Sus amigos de la infancia y los familiares no daban crédito a su ascenso económico exponencial. A los 53 años, Salazar no brillaba por su modestia. Oscilaba entre el sigilo y la ostentación. De un lado, dormía todas las noches en casas o apartamentos distintos. Pero a la vez se trasladaba en autos de alta gama siempre diferentes.

El alarde y quizá la fantasía de una eterna impunidad le ganaron al recelo el día que fue a comprar unos boletos para un partido de la primera fase del Preolímpico de fútbol entre Argentina y los locales que se iba a disputar en su Pereira, a unos 300 kilómetros de la capital colombiana. Salazar no quiso intermediarios en este caso y se dirigió impaciente a la ventanilla. Caminó despreocupado. Solo se trataba de ver en la noche correr al balón por el campo y gritar los goles del seleccionado colombiano. Ahí comenzó a desmoronarse su imperio.

El jefe de sección de investigación criminal de la Dirección de Antinarcóticos de la Policía, coronel Ángel Alexander Galvis, informó sobre su arresto insólito a fines de enero. Salazar sería el responsable del envío de más de 100 kilogramos de heroína al año hacia los Estados Unidos. La droga llegaba a Nueva York, Los Ángeles, Las Vegas y Tucson. Por eso lo llamaban "el Pablo Escobar" de ese alcaloide.

SOCIO DEL CARTEL DE SINALOA

No fue casualidad su detención. Las autoridades seguían sus pasos desde hacía meses. Salazar, consignó el diario capitalino El Tiempo, era un aliado del Cartel de Sinaloa. Había armado una red que atravesaba territorio mexicano para llevar la droga a EE.UU. El "señor de la bata" devolvía los favores a ese grupo delitctivo con el aporte de ingenieros químicos colombianos que eran reclutados en las universidades y colaboraban con los criminales mexicanos en el mejoramiento de la calidad de la heroína que producen.

Salazar entraba y salía de Colombia cada dos semanas aproximadamente. Esos movimientos llamaron la atención. Las autoridades colombianas empezaron a intercambiar información con sus pares norteamericanas. Así se supo que el "señor de la bata" era la misma persona que durante sus incursiones centroamericanas llevaba una vida de estrépito en hoteles de cinco estrellas. Alcohol, prostitutas y más de un escándalo.

De a poco salió a luz el perfil completo del falso cafetero que compraba la heroína producida en las regiones de Cauca y Nariño y la enviaba a EE.UU. "La heroína colombiana tiene muy buena aceptación en Norteamérica porque llega con una pureza del 87 por ciento, una de las más altas del mercado", le dijo a El Tiempo un investigador de la división Antinarcóticos. La traficaba a traves de correos humanos. También utilizaba maletas de doble fondo, cavidades irregulares en vehículos, barcos pesqueros y lanchas rápidas.

Los seguimientos de Salazar se intensificaron. Así pudo determinarse que era un apasionado por el fútbol. La apertura del Torneo Preolímpico Suramericano Sub-23 en una zona en la que "el señor de la bata" creía moverse como pez en el agua ofreció la oportunidad inmejorable de cercarlo. El narco se dirigió al estadio Hernán Ramírez Villegas como si fuera un hincha más. Lo estaban esperando. El "señor de la bata" se quedó sin su partido. Cuando lo esposaron parecía no salir de su asombro. Ya tiene un expediente abierto en una Corte de Nueva York.