Marina tiene cuatro meses y ha estado a punto de morir varias veces. Pero es una peleona. Ha ganado la batalla y su corazón late. Toma siete medicaciones diferentes. Está sondada para alimentarse. Y cada mañana le pinchan heparina. Ahí está, con su chupete, envuelta en una manta rosa y a punto de quedarse dormida en brazos de su padre, el creativo publicitario Alberto Lizaralde (Madrid, 1979). Su calvario es similar al de muchos otros padres de niños enfermos. El suyo ha llegado más lejos, se hecho viral. Sus redes sociales están colapsadas con miles de likes, retuits y comentarios. Alberto y su mujer, Macarena, escribieron su historia en Twitter simplemente para dar las gracias al personal de la sanidad pública que ha atendido a su hija con cariño y profesionalidad. Conmovedor hasta la lágrima, su relato ha conseguido ser mucho más que un agradecimiento.

Marina nació hace cuatro meses en el hospital Clínico de Madrid. Todo fue perfecto. Cuando les iban a dar el alta, un médico auscultó al bebé. “Escucho algo raro, así que os vais a casa y venís el lunes para una revisión”, sentenció. A los pocos minutos, cambió de opinión: “Mejor os quedáis”. Fue el primer médico -de una larga lista- que salvó la vida de la pequeña. “Nació muy morenita. No le dimos importancia. Pero resulta que ese tono de piel era porque le estaba faltando oxígeno en la sangre”, cuenta Alberto a EL PERIÓDICO mientras acuna a su hija. Una cardióloga del Clínico hizo una ecografía y diagnosticó la enfermedad de la pequeña: estenosis pulmonar severa. Palabras complicadas que ella tradujo realizando un dibujo de los pulmones y el corazón de Marina. “Os vais al hospital la Paz”, dictaminó. “Ningún padre quiere ir a la Paz, pero si hay que ir todos sabemos que es el mejor sitio para estar”, explica Alberto.

LE SACARON EL CORAZÓN

Marina entró por primera vez en el quirófano con cuatro días de vida. Le hicieron un cateterismo para ver si su corazón respondía. Pero no, así que con un mes la operaron. “Le abrieron el pecho, le sacaron el corazón y se lo pararon. Lo volvieron a poner en marcha y se lo volvieron a colocar. Cuando los médicos nos lo contaron pensamos que casi era mejor no saber en qué consistía la intervención”, recuerda Alberto, director creativo de la agencia de publicidad Havas. También es fotógrafo, así que decidió tomar imágenes de los pies y las manitas de su pequeña y escenas cotidianas del hospital. Las publicó en las redes sociales. Para dar las gracias. Para compartir angustias. Para apoyar a otros padres. Y para reflejar que (casi) siempre hay luz al final del túnel.

Después de siete horas de angustia extrema, el cirujano y la cirujana salieron del quirófano. Llevaron al matrimonio a una habitación y les dijeron que todo había salido bien aunque la batalla no estaba ganada porque la situación era crítica. Entraron a ver al bebé. Estaba dormida, hinchada y conectada a mil cables. Estaba viva.

Marina, en el hospital / ALBERTO LIZARALDE

UNIDAD DE NEONATOLOGÍA DE LA PAZ

La unidad de Neonatología de la Paz se convirtió en la segunda casa de Alberto y Macarena. “Es un sitio especial donde funcionan reglas y códigos que no hay fuera de sus puertas. Es un micromundo de humanidad y sensibilidad. Todos los trabajadores, desde médicos hasta enfermeros y responsables de la limpieza, cuidan con extrema delicadeza a los niños. Y también a los padres porque hay muchos que se derrumban. Cuando te ven llorar te dicen que llores, por supuesto. Tratan de calmarte y de decirte que intentes ponerte bien para trasmitir energía positiva a tu hijo. Te dicen que ellos van a hacer todo lo posible para que el bebé salga adelante. Parece que todos han recibido formación en Psicología. Lo dan todo por esos niños. Yo he entrado más de una vez a la sala y he visto a una enfermera mecer y cantar a Marina. Cuando cumplió un mes, le escribieron un cartel que ponía: "Felicidades, Marina, ya tienes un mes". Esta gente es la hostia”.

Alberto los llama "magos", con todo el sentido poético que conlleva la palabra. “No hacen magia, lo sé. No son chamanes sino profesionales de la ciencia, gente que ha estudiado durante años. Pero no se limitan a cumplir con su trabajo. Hacen mucho más”.

Al volver a casa con su hija, por fin, Alberto y Macarena pensaron qué hacer para dar las gracias a todos. ¿Invitarles a un desayuno especial? ¿Enviar bombones? Al final, optaron por contar su historia en Twitter y decir en alto que los “magos” de la sanidad pública merecen más. Merecen mejores instalaciones, mejores despachos, mejores consultas, mejor salario. Lo merecen todo. Alberto no quiere que sus palabras y sus tuits suenen a batalla o denuncia política. Le da igual qué partido esté gobernando. Lo que él quiere es que sus impuestos vayan para esos magos, esos profesionales que consideran que cada niño enfermo no es un expediente más sino una vida que salvar. Como la de Marina.

APOYO A PADRES

Una vez homenajeados los médicos, el matrimonio quiere ahora hacer algo similar con los padres. Les gustaría escribir una historia de agradecimiento y apoyo a todos los hombres y mujeres que están pasando por lo mismo que ellos en la unidad de Neonatología de la Paz. Esos padres hermanados y angustiados que ven cómo sus hijos están entre la vida y la muerte. Esos padres que viven, comen, lloran, gritan, se desesperan y descansan en una pequeña y desastrosa habitación en la que hay unas mesas y unas sillas machadas por el uso y dos microondas a los que convendría jubilar. Es la sala de padres. El presupuesto público del hospital no da para más.