Bona, que estuvo entre los cincuenta finalistas al Mejor Profesor del mundo en la primera convocatoria en 2015 del premio Global Teacher Prize por su labor en un colegio de Zaragoza, se encuentra actualmente en excedencia ya que viaja por diferentes países compartiendo su experiencia.

En una entrevista con Efe en Buenos Aires, el experto en innovación pedagógica defendió que no hay un único método en la educación, más allá de escuchar -una palabra que repite constantemente- a los niños y "recordar su esencia".

"Esa curiosidad que está implícita en ellos, esa creatividad, esa ilusión", enumeró con emoción, "no deben morir en la escuela, deben ser incluso aumentadas".

Después de años dedicado a sus alumnos, aseguró que también se puede aprender "muchísimo" de ellos y se mostró "afortunado" de poder sentir que "sigue siendo aquel niño" que fue.

"Lo que para muchos adultos son trivialidades, para un niño, o para alguien que todavía sigue siéndolo, pueden ser hechos maravillosos", explicó el maestro, de 44 años.

Entre sus méritos como docente figura el de reducir el absentismo escolar de chicos en situaciones difíciles gracias a clases de flamenco que impartían ellos mismos, un trabajo que fue posible porque "todos los seres humanos queremos sentirnos queridos, escuchados y útiles".

Y, aunque se cuida de ofrecer recetas infalibles, Bona apuntó como uno de los principales retos el "trabajo en equipo" que deben llevar a cabo padres, profesores e incluso alumnos, derribando el "muro invisible" entre escuela y familia, ya que esta última es "el primer órgano educativo", y no el colegio.

César Bona contó que no tenía vocación para ser maestro, sino que la descubrió cuando ya lo era: "Para ganarte la vida echas currículums y un día te encuentras rodeado de niños. Ese día descubrí que eso era lo que más me gustaba hacer".

En ese sentido, dice que tuvo suerte, "pero los chicos también", porque encontraron a alguien "al que le apasiona su trabajo".

El maestro afirmó que en su oficio hay "algunos muy buenos" y otros "que tienen que replantearse la profesión", y admitió que hay profesores que le marcaron en su infancia: "El maestro de Lengua me hizo amar la Lengua, pero la maestra de Matemáticas me hizo odiarlas".

"Siempre he pensado que depende tanto de un maestro que uno ame lo que ve...", reflexionó Bona, consciente de ser un "ejemplo cada día" para los niños.

El aragonés fue crítico con los modelos educativos que fomentan la competitividad y el éxito entendido como "sacar más nota que otros", y opinó que "nos equivocamos si pensamos que el fin de la escuela es crear seres empleables: lo que tenemos que educar son seres íntegros".

No obstante, defendió la labor de los profesores españoles y rechazó una visión negativa sobre la enseñanza en el país. "Si realmente creemos que desde la escuela se puede hacer una sociedad mejor, también la sociedad tiene que aprender a valorar la escuela", dijo.

El año pasado publicó el libro "Las escuelas que cambian el mundo", donde vierte opiniones, visiones y experiencias cotidianas de maestros, alumnos y familias de siete escuelas españolas con quienes compartió un año de su vida.

"En España si quieres cambiar algo no pueden hacerlo políticos que no saben cómo funciona la educación", aseveró el profesor, que sostuvo también que ningún modelo puede ser extrapolable a otro contexto.

"Todo el mundo mira hacia Finlandia, pero es curioso que nadie trae nada de Finlandia hacia aquí", ironizó.