Fue un acuerdo tan sorprendente como necesario. Con la pompa que da el Gran Palacio del Pueblo pequinés a las citas históricas, China y Estados Unidos enterraron años de desencuentros con un importante pacto para reducir las emisiones de gases contaminantes. Los recortes son los más atrevidos de Washington hasta ahora y los primeros tangibles a los que se compromete China en la esfera internacional. El pacto entre Xi Jinping y Barack Obama, presidentes de las mayores economías, consumidores de energía y contaminantes del mundo, insufla optimismo a la reunión de la ONU sobre el cambio climático que se celebrará en el 2015 en París.

Estados Unidos se compromete a reducir sus emisiones entre un 26% y un 28% en el 2025 respecto al volumen del 2005, un reto que dobla el anterior objetivo. China ha prometido que sus emisiones llegarán a su máximo en el 2030 y que partir de entonces las irá reduciendo. También ha prometido que en ese año generará un 20% de su energía con fuentes limpias.

REFORMA LEGAL Y ACELERACIÓN

Los objetivos son ambiciosos. EEUU necesitará una reforma legal y China deberá acelerar su cambio de patrón energético. Su compromiso le obligará en el 2030 a utilizar entre unos 800 y 1.000 gigavatios de energía solar, nuclear, eólica o de otro tipo no contaminante. Eso supone la producción de todas sus plantas de carbón actuales y casi el total de la estadounidense hoy. El acuerdo había sido negociado en secreto durante nueve meses y su anuncio llega antes de lo esperado.

Sobre el plan hay sombras. China ha concretado el cuándo pero no el cuánto (¿serán sus emisiones en el 2030 un 10% superiores a las actuales?, ¿un 15%?, ¿quizá un 25%?) y la reforma legal que necesita Washington se antoja pedregosa con los republicanos, escasamente permeables a cuestiones ecológicas, a la vuelta de la esquina. "Este plan no realista, que el presidente cargará sobre los hombros de su sucesor, subirá las tarifas de los servicios públicos y recortará puestos de trabajo", afirmó ayer el líder de los republicanos en el Senado, Mitch McConnell. Y ni China ni Estados Unidos han igualado el compromiso europeo de reducir sus emisiones en un 40% en el 2030.

Pero el optimismo supera a los malos presagios. El acuerdo no solo es destacado por el volumen de las emisiones (ambos países acumulan más de la mitad del total del planeta) sino por el efecto arrastre. Después de que los grandes de la clase hayan mostrado sus cartas, ahora le toca al resto y a nadie le gustará quedar retratado. El acuerdo convierte a ambos países en catalizadores tras haber lastrado hasta ahora cualquier avance global por su falta de sintonía. Las dos potencias solo empezaron a colaborar después de que la cumbre de Copenhague del 2009 eludiera en el último minuto el fracaso total. Washington exige un mayor recorte a Pekín por ser ya el primer emisor de gases, mientras esta apunta a los países desarrollados al ser China un nuevo miembro en el club de los contaminantes y tener que sacar todavía a cientos de millones de personas de la pobreza. Detrás del debate subyace la pugna por el liderazgo mundial. En los foros internacionales China coopera poco con las energías limpias y sus promesas de recortes incorporan expresiones como "lo antes posible".

El acuerdo sella un cambio de actitud. Zhao Zhong, coordinador del programa chino de la oenegé Pacific Environment, cita las reuniones de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma (el órgano que traza las líneas maestras chinas) con la entidad y la implicación del ministro de Finanzas. "Antes no sabían nada de las oenegés ni querían dialogar con nosotros. Después de muchos años de esfuerzos, el ministro empieza a entender a las oenegés y nos da su apoyo", asegura por correo electrónico.