La felicidad es una de las cuestiones que más ha preocupado al ser humano desde su origen. Desde la Filosofía hasta la Sociología, pasando por la Biología o la Psicología, se ha intentado comprender este estado, rodeado de falsos mitos, conjeturas y diversas teorías. Se sabe que las emociones positivas existen y que podemos llegar a hallar un bienestar duradero, que es algo inestable y no siempre fácil, pero que realmente sí existe. Aun así, hay muchas personas que afirman no poder encontrarla, no merecerla o no saber mantenerla. Pero obedece más a constructos sociales y a vivencias personales que a la realidad global.

Ser felices implica vivir tanto lo bueno como lo malo que nos ocurre, gestionar los problemas o tener diversos fracasos. No es necesario tener lo que otros tienen y cada uno le otorga un valor subjetivo a su propia felicidad. Es real, pero variable, y siempre rodeada de falsas creencias.

BIENESTAR REAL

Cualquier cosa que se escape de la facilidad y de la cotidianeidad, genera a nivel social la duda de si realmente existe o se puede alcanzar. Depositamos la responsabilidad sobre el azar o, incluso, sobre poderes divinos. Lo mismo hacemos con la felicidad, algo que parece que solo tienen unos pocos, que puede deberse al autoengaño o que es producto de la suerte. Sin embargo, todo gira en torno a mitos sociales, falsas creencias que nos alejan de la realidad de poderla sentir.

Los siguientes mitos son los que comúnmente asociamos a la felicidad y al bienestar:

1. Estamos diseñados para buscarla

Ni es nuestro estado natural ni hemos sido diseñado para ello. De hecho, evolutivamente fuimos buscando herramientas que nos permitieran sobrevivir, avanzar y alcanzar un desarrollo. Lo que vino después, el sentirnos orgullosos, contentos o con lazos afectivos dio como resultado la plenitud de la felicidad. Es un estado avanzado de nuestra inteligencia.

2. No es permanente

La felicidad se conforma sobre la base de momentos que se acumulan, metas cumplidas, logros y relaciones forjadas. Genera una media, propicia amortiguadores de problemas y acaba resultando en un estado general, que para muchos es la ansiedad o la tristeza, pero que para otros sí se puede llamar felicidad. Esa media es inestable, no puede mantenerse siempre en el mismo punto, pero sí puede ser relativamente permanente.

3. Es opuesta a la inteligencia

Asociamos vivir en la ignorancia con la felicidad y creemos que cuanto menos sabemos, más felices podemos ser. Como la felicidad tiene como unos de los requisitos el sentirnos desarrollados, si esto no aparece, tampoco podremos estar mejor. Necesitamos que haya inteligencia aplicada para que podamos ser felices. No se relaciona con el Cociente Intelectual, sino con el uso del razonamiento y la comunicación.

4. Solo emociones positivas

La felicidad aparece cuando logramos ir resolviendo diferentes situaciones diarias o puntuales. Para poder afrontarlo, siempre son necesarias nuestras emociones negativas, como el miedo, la tristeza o la rabia. Por tanto, para ser felices, son imprescindibles no solo generar emociones positivas, sino también pasar por las negativas, usándolas a modo de herramientas y de brújula.

5. Aparece en vidas perfectas

Está claro que no todos los humanos podremos ser felices. Ciertas condiciones, como las guerras o el hambre nos quitan la base de la seguridad. Sin ella, podremos tener momentos breves a los que coloquemos la etiqueta de felicidad, pero no generará el estado duradero medio que sí que debe asociarse al bienestar. Pero en el otro extremo, tener una vida perfecta, tenerlo todo, tampoco nos asegura estar bien. Se relaciona con nuestro tipo de vida, pero no completamente.

La felicidad es ese estado que busca cada persona. Queremos ser felices para después mover las piezas que ahora no encajan. Sin embargo, funcionamos al revés, debemos primero enfrentarnos a lo malo, lidiar con lo negativo y obtendremos después, casi como un premio, la verdadera felicidad. Es solo el resultado de todos los caminos que andamos a diario.

* Ángel Rull, psicólogo.