Pitidos, atascos sin fin y autobuses atrapados en el colapso. Ese es el caos que se adueña todos los viernes a las 15 horas de la tarde del centro de Madrid. O más bien se adueñaba. El primer día de la puesta en marcha de las restricciones de Madrid Central fue ayer todo lo contrario. La Gran Vía era un remanso de paz que podía cruzarse en cinco minutos.

La causa del éxito inicial de la medida puede haber sido el pánico de los conductores a quedar atrapados en el apocalipsis automovilístico que auguraba la oposición. O quizás el gran civismo que debían tener muy escondido los madrileños. O ambas cosas la vez. Solo el tiempo lo dirá. Lo cierto es que sin necesidad de colocar guardias en las entradas ni empezar a multar (no se hará, como mínimo hasta febrero) la gran mayoría de la gente obedeció.

El Madrid semivacío no es solo una impresión visual, amasada a fuerza de dar vueltas con el vehículo eléctrico. Los datos de la Empresa Municipal de Transporte no arrojan dudas: los autobuses tardaron la mitad del tiempo habitual en cruzar Madrid Central. El descenso de tráfico en el conjunto de sus calles interiores osciló entre el 10% y el 45%. La calidad del aire también mejoró en la zona, según el portal municipal.

Tampoco en el entorno inmediato de esta gran área de bajas emisiones se generó el caos preconizado por los agoreros. Atascos hubo, pero quizás incluso menores que un viernes normal.

No es de extrañar que la alcaldesa Manuela Carmena, con la sonrisa en los labios, considerase «histórico» el día. «Dentro de muchos años, en algún medio se hablará de lo que pasó el 30 de noviembre del 2018 en la ciudad de Madrid, donde empezó un proceso para tener una ciudad mejor, un día que la gente buscará en las hemerotecas», señaló, antes de acabar proclamando que la ciudad ha optado por «la vida» frente a«humo».

La mayoría de los peatones e incluso coches que pasaban por la Gran Vía manifestaban que «ya era hora» o se mostraban «aliviados». Costaba encontrar testimonios que estuvieran en contra. Había que buscarlos, por ejemplo, entre los transportistas, uno de los cuáles lamentaba las restricciones porque él «estaba haciendo» su trabajo. O en un comerciante que aseguraba haberse quedado «boquerón».

La Plataforma de Afectados, que aglutina a los descontentos, apagó por la tarde las luces de una calle para visibilizar el estado en el que, en su opinión, va a quedar la vida de la ciudad.

LOS DESPISTADOS / Un tercer bloque estaba formado por los despistados. «¿Qué pasa aquí?», le preguntaba un pareja a uno de los escasos informadores que el consistorio había deplegado sobre el terreno. Otra mujer advertía muy seria de que ella «quería cumplir las normas» pero que estaba hecha un lío y no sabía «lo que tenia que hacer». No será porque los medios no lo hayan contado hasta la saciedad. El índice de lectura y de comprensión lectora siguen en caída libre.

«Hoy no está funcionando Madrid Central, sino una parodia más de las que nos tiene acostumbrados el Ayuntamiento», reaccionó el presidente de la Comunidad de Madrid, el popular Ángel Garrido, para quien «Madrid Central entrará en vigor el día que se empiece a sancionar a los conductores».

El coche empezó a abdicar de su reinado de décadas en Madrid. Bienvenida sea la capital de España al Siglo XXI podría decir cualquier europeo acostumbrado a este tipo de medidas.