Vuelve la rústica e inocua libreta a los colegios chinos. El inquietante aumento de miopía infantil ha empujado a las autoridades educativas a limitar el uso de los dispositivos electrónicos. Supone una medida contracultural en un ecosistema cada día más digitalizado pero que se entiende imprescindible ante un problema con dimensiones epidémicas.

La provincia costera de Zhejiang encabeza la iniciativa para que los niños miren más a la pizarra y menos a las pantallas. Sus leyes limitarán el uso de teléfonos y tabletas al 30 % del horario lectivo en primaria y secundaria y recomendarán a los maestros que prioricen el papel y el bolígrafo. La regulación prohibirá los deberes con aparatos electrónicos a los más pequeños y les obligará a solicitar un permiso para llevarlos a clase.

Y, por último, incrementará el tiempo para el descanso, el deporte, las actividades extracurriculares y demás “ejercicios saludables para el ojo”, según la agencia oficial Xinhua. Otros gobiernos están preparando legislaciones similares. El profesorado de la provincia sureña de Fujian no podrá imponer deberes que supongan un uso superior de 20 minutos de los dispositivos electrónicos y en todo caso tendrán que comunicárselo al colegio, según el diario Beijing News.

El Ministerio de Educación ya había anunciado semanas atrás que prohibirá la asignación de tareas a través de redes sociales como Wechat o QQ, los sustitutos en China de Whatsapp. Se fomenta, pues, la artesanía de la educación maoísta cuando China compite con Estados Unidos por la hegemonía tecnológica.

600 MILLONES DE MIOPES

La miopía galopante es un fenómeno global que se agudiza en Asia y más aún en China. La padecen 600 millones de chinos, casi la mitad de la población, según un estudio de la Organización Mundial de la Salud. La tendencia apunta a un cuadro futuro mucho más preocupante. Afecta a un 77 % de los estudiantes de secundaria y al 80 % de los universitarios. La batería de medidas persigue reducirla en un 0,5 % anual hasta dejarla en el 38 % en primaria, el 60 % en secundaria y el 70 % en las universidades en los próximos años.

El corolario del milagro económico es que China comparte muchas enfermedades de las sociedades avanzadas e incluso encabeza algunas. No es difícil ver en los parques a ancianos practicando taichi al alba o bailando al atardecer con esos cuerpos flexibles y resistentes como el bambú. Pero la juventud ha abrazado el sedentarismo que dispara la obesidad o la miopía.

El problema era conocido pero fue necesario que el presidente, Xi Jinping, clamara en verano contra las carencias visuales para que la maquinaria legislativa se pusiera en marcha. Ocho estamentos nacionales emprendieron días después la 'Campaña para el control y la prevención de la miopía en niños y adolescentes' que fijaba objetivos y establecía responsabilidades directas a instituciones educativas y médicas.

A POR LOS VIDEOJUEGOS

El primer objetivo fueron los videojuegos. El sector es un sospechoso habitual porque Pekín entiende que fomenta una vida escasamente activa y sana. El año pasado, por ejemplo, un editorial del Diario del Pueblo calificó de “droga” y “veneno” al célebre juego 'Honor de Reyes' y la compañía que lo comercializa hubo de diseñar un sistema anti-adicción para desconectarlo cuando los menores de edad alcanzaban las dos horas diarias.

A la diatriba de Xi le siguió una normativa que congelaba las licencias de nuevos juegos. La industria china, la más poderosa del mundo, sintió el puñetazo con fuertes caídas en la bolsa. Tencent, que concentra el 42 % del mercado, se dejó en un día el 5 % de su cotización, mientras su competidor Perfect World perdía el 9 %. Se calcula que unos 5.000 juegos esperan la aprobación.