En el Campo de Gibraltar, los adolescentes quieren ser otro Messi. Sus ídolos no corren tras el balón, sino a bordo de planeadoras con las que cruzar a Marruecos para cargar droga y volver con los bolsillos repletos de euros, como Abdellah El Haj, el líder de la mayor banda de narcotráfico del Estrecho y al que todos llaman por el nombre del astro del fútbol. La necesidad en una de las comarcas con más paro de Europa empuja a muchos al contrabando para sobrevivir, y los narcos se aprovechan de esa miseria y de una plantilla policial obsoleta a la que superan incluso en medios tecnológicos. «La impunidad hace que el Campo de Gibraltar se esté transformando en la pequeña Colombia andaluza, donde el mayor incentivo para su juventud es imitar al capo Pablo Escobar», alertan desde el Sindicato Unificado de Policía (SUP).

El asalto al hospital de La Línea de la Concepción (Cádiz) por parte de una veintena de encapuchados para rescatar a un narco de medio pelo detenido en un control policial ha revuelto a la sociedad y causado gran alarma, pero las fuerzas de seguridad recuerdan que es el último de una larga cadena de incidentes que llevó a la presidenta de la Junta, Susana Díaz, a lamentar que «los narcos campan a sus anchas».

«CIFRAS DE GUERRA»

Desde Policía Nacional y Guardia Civil hablan de agentes apedreados al llegar a una playa a interceptar un alijo, compañeros atropellados en persecuciones o de todoterrenos que les embisten directamente, como ocurrió el miércoles poco después del rescate en el hospital. También de agentes increpados al salir de su casa y ser reconocidos. «Se ha perdido el principio de autoridad», clama desde la coordinadora provincial antidrogas Alternativas Francisco Mena. Los agentes añaden además la desmotivación porque su ingente esfuerzo se queda corto.

Para llegar a este punto hay que tener en cuenta el cóctel explosivo que configura esta comarca fronteriza con África y Gibraltar, considerada desde hace décadas la principal puerta de entrada de hachís al continente. El desempleo ronda el 40%, cifra que asciende al 60% en el caso de los jóvenes; sus hogares se sitúan a la cola en niveles de renta, pero encabezan todos los ránkings en riesgo de pobreza y exclusión.

Unas «cifras de guerra», a decir de la líder de Podemos, Teresa Rodríguez, quien apuntaba a que además de seguridad, hacen falta planes especiales de intervención. Valoración que comparte el alcalde de La Línea, José Juan Franco. «El caldo de cultivo está ahí», subraya y reclama que, más allá del diagnóstico sobre la raíz del problema, las administraciones se impliquen en «desarrollar un plan especial o una estrategia común para la ciudad para que cada administración actúe de manera coordinada y se vaya solucionando la situación». Además, en el Campo de Gibraltar faltan son planes de empleo, de concienciación y prevención, coincide en reivindicar Mena. Y se pregunta cómo convencer a los jóvenes de que sigan estudiando para aspirar a sueldos mileuristas cuando haciendo de punto -el que avisa a los traficantes de la presencia policial— se pueden llevar hasta 1.500 euros por noche. Si demuestran habilidad pilotando la lancha, hasta 50.000 euros.

EJÉRCITO DE FIELES

El problema, admiten en la zona, es que se les crea un halo de bondad, una banda a lo Robin Hood que ayudan a la gente sin recursos ofreciéndoles un pellizco por almacenar en su casa la droga durante un tiempo. Y eso contribuye a crear un ejército de fieles que nunca les delatarán. «El narcotráfico funciona como una empresa mercantil que genera narcoeconomía: algunos consiguen así sus ingresos y eso redunda en el tejido comercial, y la gente lo tolera por acción o por omisión», reprocha Mena.

«Nuestro enemigo a batir es una hidra con siete cabezas, por más que cortes una, van saliendo más», resume el regidor, que recalca que «lo que tenemos en frente son mafias organizadas que disponen de grandes medios y la más alta tecnología, con incluso sus propios radares». Y esa situación se acaba trasladando al resto de la sociedad. «Se crea un deterioro en la vida de la ciudad que no se percibe, pero es tajante: pese a los bajos índices de delincuencia, qué profesor o médico va a querer venir aquí», se pregunta Mena.