Cuando Charles Lindbergh se aventuró a cruzar el Atlántico en avión, en 1927, sabía que al llegar a su destino le esperaban la fama y una recompensa de 25.000 dólares. Ocho décadas después, un grupo de excéntricos aventureros se disponen a volar hasta 100 kilómetros de altura con parecidos objetivos: figurar en los anales de la astronáutica y embolsarse un premio de 10 millones de dólares (8,2 millones de euros). El equipo favorito, de la empresa Scaled Composites, tiene previsto intentarlo mañana con un avión de aspecto futurista llamado SpaceShipOne.

Según las bases del concurso, auspiciado por el empresario tejano Anousheh Ansari, el botín recaerá en la primera misión no gubernamental, de carácter privado, que sea capaz de elevarse hasta 100 kilómetros de altura y repetir la gesta en un periodo máximo de dos semanas. Los aparatos deben tener capacidad para tres personas, aunque se admite la posibilidad de que sólo viaje una y le acompañe una carga equivalente a otras dos. La competición, que se abrió hace ocho años, expira el próximo 1 de enero, por lo que los aspirantes --26 equipos de siete países-- deben apresurarse.

La tentativa de Scaled Composites se realizará en el desierto de Mojave, en California. Aunque no se hará oficial hasta hoy, el encargado de pilotar el aparato podría ser Mike Melvill, de 62 años, que el 13 de mayo, en un vuelo de prueba, ya batió el récord del mundo al ascender hasta 64,3 kilómetros. En total, desde abril del 2003, SpaceShipOne ha realizado 14 vuelos.

Romper las fronteras

"El éxito de la misión supondrá que las fronteras espaciales han quedado finalmente abiertas a la iniciativa privada", subraya Scaled Composites en su sitio de internet. Burt Rutan, el fundador de la empresa, es a la vez el diseñador del avión, aunque la financiación corre a cargo de Paul Allen, cofundador de Microsoft junto con Bill Gates. Si el vuelo es exitoso, se repetirá en 15 días.

El SpaceShipOne ascenderá los primeros 16 kilómetros acoplado a la panza de un gran avión de carga. El primer tramo durará una hora. Luego encenderá su motor durante 80 segundos para iniciar la ascensión vertical y alcanzar una velocidad de 3.500 km/h. Así llegará a 50 kilómetros de altura. El motor se apagará entonces, pero la nave seguirá ascendiendo gracias al impulso adquirido y a la débil atracción terrestre.

En la cima, el piloto estará rodeado de un frío terrible y podrá contemplar sin problemas la oscuridad del espacio y la curvatura de la Tierra. Se trata de un vuelo suborbital, es decir, la nave vuela sobre la atmósfera pero no alcanza la velocidad necesaria para continuar girando alrededor de la Tierra.

Para el descenso, que será en caída libre, la nave reconfigurará la forma de sus alas para lograr la máxima resistencia. Finalmente, para los últimos kilómetros del viaje y el aterrizaje, adoptará el diseño de un avión convencional. El vuelo tiene una duración prevista de una hora y 20 minutos.

Los participantes, la mayoría norteamericanos, piensan que la hazaña podría marcar el inicio de los vuelos turísticos al espacio.