En la última década, el Tribunal Supremo de EEUU viene insistiendo en que los niños son diferentes en lo que a la justicia penal se refiere. Son menos culpables que los adultos y, por tanto, merecen una oportunidad de reinserción. Bajo ese argumento, abolió en el 2005 la pena de muerte para los menores y el año pasado puso coto a las sentencias a cadena perpetua sin posibilidad de acortar la condena o acogerse eventualmente a la libertad condicional. La realidad, pese a todo, sigue siendo extraordinariamente dura. Cerca de 2.500 menores nunca volverán a pisar la calle. Casi otros tantos sirven en prisiones de adultos y muchas sentencias siguen clamando al cielo.

Como la de Travion Blount, un joven negro de Virginia. A finales del 2006, cuando tenía 15 años, se coló en una fiesta con dos amigos suyos de 18 años y, a punta de pistola, obligaron a los asistentes a darles el dinero, los teléfonos y la marihuana que llevaban encima. La policía no tardó en llegar. Durante el juicio, sus dos compinches aceptaron el acuerdo extrajudicial propuesto por los fiscales y fueron condenados a 10 y 12 años de prisión. Pero Travion prefirió ir a juicio. No llegó a disparar la pistola ni mató a nadie, pero el juez le impuso una de las penas más exorbitadas jamás dirigidas a un menor en EEUU por un delito sin homicidio: seis cadenas perpetuas y 118 años sin posibilidad de acortar la pena.

Cambio de tendencia

Travion fue juzgado en un tribunal para adultos, algo que sigue siendo relativamente frecuente para los delitos más graves como violación o asesinato y donde las sentencias tienden a ser más elevadas. En la mayoría de los estados hay que tener al menos 16 años para pasar por ellos, pero en otros basta con 13. "En los 90 hubo la tendencia a suavizar las restricciones y juzgar a niños en tribunales de adultos. Se expandieron los tipos de crímenes y se dio más poder a los fiscales", explica Mark Schindler, director del Justice Policy Institute. "Pero en los últimos años el péndulo ha girado y 23 estados han tomado medidas para redirigirlos a los tribunales de menores y meterlos en reformatorios".

Estados Unidos es uno de los tres países del mundo, junto a Somalia y Sudán del Sur, que no ha ratificado la Convención de los Derechos del Niño. Y como le sucedió a Travion, encarcela a algunos de sus menores en prisiones de adultos y, hasta el 2012, condenaba a otros a pasar el resto de sus días entre rejas y cemento. El Sentencing Project estima que son cerca de 2.500 los que cumplen sentencia entre adultos, cifra muy semejante a los condenados a perpetua. De estos el 70% son negros y la mayoría pobres, según la Fundación Annie E. Casey.

Varios estudios apuntan a que mezclar niños y adultos en la cárcel es como mínimo contraproducente. Los menores que pasan por las violentas y hacinadas prisiones de EEUU no solo tienden más a cometer delitos más graves cuando salen, sino que aumentan sus probabilidades de sufrir abusos físicos y sexuales. También intentan quitarse la vida con más asiduidad.

Como ocurre con la justicia penal para adultos, el país empieza a despertar de su obsesión por almacenar a sus delincuentes. Las decisiones del Supremo o las medidas adoptadas por muchos estados para albergar a los menores en reformatorios así lo atestiguan. Pero también los números de internos. Así, de los 107.000 que había en 1995 se pasó en el 2010 a 71.000.

También Travion Blount encontró recientemente una pizca de clemencia. El gobernador de Virginia, Bob McDonell, redujo su pena a 40 años. Un consuelo relativo, porque cuando salga tendrá 65 años.