La creencia general es pensar que todos nacemos diseñados de una determinada forma para comportarnos en sociedad. Nuestro carácter delimita cómo de extrovertidos o de callados seremos, si estaremos cómodos con los demás o si sabremos sacar temas de conversación. Sin embargo, las habilidades sociales son aprendidas, especialmente por imitación, durante los primeros años de vida. Esto no es determinante, no significa que no podamos cambiarlo, sino todo lo contrario. Aunque hayamos visto y copiado modelos de actuación concretos, en los años posteriores podemos aprender a hacerlo de manera diferente. De hecho, podemos observar cómo algunas personas, han ido modificando la forma de relacionarse con los demás, pero a peor.

Tener carisma, ser empáticos o desenvolvernos fácilmente en nuestras relaciones se basa en una serie de habilidades sociales que pueden llegar a ser aprendidas. Aunque parece más fácil enseñar en la infancia, no siempre es así. Los adultos pueden tener patrones de comportamientos muy asentados pero mucha motivación para cambiarlos, lo que juega a su favor. Por eso, nunca es tarde para poder mejorar en las relaciones.

Más amigos

Una de las quejas más habituales en muchos adultos es que les cuesta hacer amigos. Siempre está la excusa de que la ciudad es demasiado grande o demasiado pequeña, que tienen muy poco tiempo o que no saben dónde buscar. Todos los pretextos ocultan, en muchas ocasiones, una falta de habilidades sociales que les hace tener miedo a relacionarse. Carecen de habilidades que creen que otros tienen de forma innata. Sin embargo, como es algo adquirido, también puede ser aprendido en la etapa adulta.

Las siguientes cuatro habilidades pueden practicarse para que alcancemos mejores relaciones sociales, incluso cuando nuestro círculo de amistades es muy reducido:

1. Validación emocional

Esta habilidad nos permite dar un valor a las emociones propias y ajenas, sin juzgar ni criticar. Hace que los demás puedan expresarse sin miedo y que nosotros también lo hagamos. Sin esta habilidad, nunca habrá una relación profunda y equilibrada, necesaria cuando hace tiempo que conocemos a la persona. Es recíproco e implica que daremos el mismo valor a lo que nosotros sentimos como a lo que sienten los demás, independientemente de lo que sea que nos haga estar de esa determinada forma. Es saberse merecedor de sentir y expresar una determinada emoción y querer lo mismo para los demás.

2. Límites

Las relaciones deben basarse en una serie de límites que deben establecerse, donde cada uno muestra sus necesidades y aquellas cosas que no quiere o no necesita. Se trata de hacer lo que nos apetece, no tener que vernos forzados a cumplir y saber decir no. Las personas con mucho miedo tienen dificultades en establecer dichos límites, se sienten invadidas y acaban teniendo explosiones intermitentes, a las que también cogen miedo.

3. Expresar tu opinión

Complacer, ser pasivos o dar siempre la razón a los demás no nos convierte en personas con mejores habilidades o con más amigos, todo lo contrario. Los demás sienten el desequilibrio y no se conectan a nosotros. Debemos ser conscientes de que, de tener una opinión y mientras no haga daño o rebase los límites, debemos expresarla.

4. Modelos

Uno de los ejercicios más útiles a la hora de aprender habilidades sociales es buscar modelos de referencia. El cine o las series de televisión pueden ayudarnos. ¿Qué personaje de ficción te deslumbra por su forma de comunicarse? Fíjate mucho y procura imitar algunos aspectos, con suavidad. Te sentirás más seguro en poco tiempo.

Las habilidades sociales son herramientas que podemos aprender para mejorar la interacción con los demás. Nos hacen tener relaciones profundas y equilibradas donde de verdad seamos plenos. No es algo innato y a cualquier edad podemos mejorarlo, incluso con pasos muy sencillos.

* Ángel Rull, psicólogo.