La violación de La manada ha supuesto un punto de inflexión en la conciencia ciudadana contra las agresiones sexuales. Aquel suceso de los Sanfermines ha nutrido, de hecho, la lucha feminista y el 8-M. Ha contribuido al aumento del número de denuncias, entre otros motivos porque más mujeres se atreven ahora a denunciar lo que antes callaban. Y ha dado paso a una reforma de los delitos sexuales que, si el futuro Gobierno activa, acabará con la distinción entre abuso y violación y pondrá el acento en el consentimiento o no de la víctima. Pero el terremoto fue de tal calibre que se ha generado en España lo que podría denominarse una cultura antiviolación, en la que participan administraciones de todos los colores para evitar los acosos sexuales, especialmente en las fiestas patronales, así como dramaturgos del prestigio de Jordi Casanovas, con su obra Jauría, que dirigió Miguel del Arco y que han visto ya más de 14.400 espectadores, entre ellos 2.000 alumnos de instituto.

Se trata de una ficción documental a partir de la transcripción del primer juicio contra los cinco violadores, sesión en la que la «denunciante se vio obligada a dar más detalles sobre su intimidad personal que los acusados» y que removió «el concepto de masculinidad y su relación con sexo», según el cartel anunciador de la obra. Administraciones de todo tipo han incrementado las medidas preventivas y de concienciación destinadas a evitar los acosos sexuales, especialmente durante las fiestas patronales y ambientes de ocio. Empezando por Pamplona, que buscó evitar que su famosa fiesta se asocie a los abusos sexuales, pasando por la tomatina de Buñol, las semanas grandes del País Vasco o las ferias andaluzas.

Por toda España han proliferado puntos de información, teléfonos de ayuda a las víctimas, protocolos de actuación, cursos de formación para hosteleros o discotecas y hasta talleres de autodefensa femenina, que promueven entidades públicas y privadas.