Grafitis en las paredes, pegatinas contra los nazis y banderas mandando a Google a la mierda. Cuando uno pasea alrededor del canal Landwehr, en el barrio berlinés de Kreuzberg, no tarda en darse cuenta de la hostilidad que despierta el gigante tecnológico estadounidense. Cuando en el 2016 anunció que abriría ahí su campus para emprendedores los sectores económicos aplaudieron la jugada, pero se encontraron con el rechazo de un vecindario organizado.

Aunque debía inaugurarse en septiembre del 2017, la insistente resistencia ciudadana ha terminado tumbando a Goliat. Tras dos años de protesta social, el pasado martes Google anunció que dejaba el proyecto. «No hemos dejado que las protestas nos dicten lo que debíamos hacer. Hemos hablado con organizaciones sociales del barrio y hemos concluido que el nuevo concepto es la mejor solución para Kreuzberg», explicó el portavoz de Google, Ralf Bremer, al Berliner Zeitung. Sin embargo, la retirada de Google es una victoria de los vecinos del barrio, que temían que la inauguración del campus actuase como catalizador de la gentrificación y de un mayor aumento de los precios del alquiler, dos lastres que, como explica Stefan Klein, activista local miembro del vecindario GloReiche, golpean con severidad a la capital.

De histórica rebeldía política y acción antifascista y sindical, el distrito de Friederichshain-Kreuzberg es hoy el más caro de Berlín. Su escena contracultural y la fuerte presencia de inmigración lo han convertido en un punto cada vez más atractivo, también para la especulación inmobiliaria. Y es que teniendo en cuenta que en la capital un 85% de la vivienda es de alquiler eso permite a los propietarios incrementar los precios. El año pasado Berlín fue la ciudad donde el precio de la vivienda creció más rápido del mundo, un 20,5%. En Kreuzberg se disparó un 10%.

La elitización

Esa elitización del barrio supone una expulsión de las rentas más pobres. Es el caso del heladero Mauro Luongo. Tras 18 años alquilando un local en el número 10 de la calle Lausitzer para almacenar sus productos, recibió una carta de la propietaria, la inmobiliaria danesa Tækker, en la que le obligaban a abandonarlo. «Es muy doloroso que te intenten quitar tu puesto sin darte explicación alguna», explica. Los vecinos de su bloque llevan un año y medio resistiendo a las amenazas de los arrendatarios, que piden un aumento del alquiler del 80% para poder así expulsar a los vecinos y reconvertir el inmueble en lofts de lujo. Kreuzberg es el segundo distrito donde sus habitantes deben destinar más parte de su salario al alquiler, un 37%.

Este tipo de campus, que ya existen en otras seis ciudades como Madrid, actúan como foro para conectar, asesorar e impulsar jóvenes empresas y proyectos de innovación tecnológica. Aunque la oposición al tripartito de izquierdas de Berlín ha denunciado lo que considera un «duro revés» para la capital, lo cierto es que esos hubs encarecen la vida en el barrio. «No queremos otra copia estúpida de Silicon Valley», explica un joven activista del colectivo Fuck Off Google, que denuncia la evasión de impuestos del gigante tecnológico, así como su cooperación con el espionaje estadounidense o la censura en China. «Google no es un buen vecino. Como hizo con su smart city en Toronto, su objetivo es controlar todo lo que hacen los vecinos y comerciar con esos datos», añade.

Tras esa victoria, los 2.500 metros cuadrados destinados a startups tendrán una función más social. Aunque aún se desconoce el proyecto, las oficinas de Google las gestionará Betterplace, la plataforma de donaciones más grande de Alemania, y la asociación Karuna, de ayuda humanitaria. Google ha asegurado que de momento no abrirá ningún campus en Berlín, pero próximamente el equipo que financia startups se instalará en el céntrico barrio de Mitte. «Hemos logrado una victoria, pero seguiremos dando guerra», afirma Larry.