Dinamarca lo tiene muy claro: si el mar y la arena están a punto de comerse un edificio histórico, lo movemos y listos. Ha sucedido este martes frente al Mar del Norte, en la península de Jutlandia, donde se ha procedido a trasladar sobre raíles una de las atracciones turísticas del país, el impronunciable faro de Rubjerg Knude, que recibe cada año la visita de 250.000 curiosos. Se ha avanzado a unos 10 metros por hora hasta completar un total de 70, lo que permitirá alejarlo del avance de la enorme duna que amenaza con sepultarlo o derribarlo. Un milagro de la ingeniería. Y de la política.

Cuando se construyó, en el año 1899, el mar quedaba lejos, a casi un cuarto de kilómetro. La erosión (las olas se comen cada año un par de metros de la cuesta frente al enorme luminoso) lo ha dejado a una decena de metros de una pendiente que tiene el agua justo debajo, así que era cuestión de unos pocos años, diez según los más optimistas, que acabara clavando la rodilla ante los elementos. Las autoridades locales y el gobierno estatal decidieron unir esfuerzos y dinero -un total de 670.000 euros- para emprender este peculiar traslado que ha requerido de un año y medio de planificación. "Muchas cosas pueden salir mal, pero nos gusta correr el riesgo porque la alternativa sería desmantelarlo", resumía por la mañana el alcalde del municipio de Hjorring, Arne Boelt. El faro, que pesa 700 toneladas, no 940 como se creía, no funciona desde finales de los años 60, pero se ha convertido en imán para amantes de la naturaleza y la fotografía, amén de ser un símbolo nacional.

El largo viaje de 70 metros ha sido seguido en directo por miles de personas, incluidos muchos escolares de los pueblos cercanos que han cambiado las aulas por una clase de historia en directo. Una de ellas era Birgit Frederiksen, hija del último vigilante del faro. Vivió aquí de 1962 a 1968 en una vivienda sita junto a la esbelta bombilla que, en sus inicios, funcionaba con gas y con una manivela que debía girarse cada tres horas. Se hacían turnos de tres personas durante toda la noche, en un tiempo en el que las máquinas apenas habían empezado a trabajar por las personas. Tras el cierre, ya en los años 80, fue reconvertido en museo, pero a principios del siglo XX tuvo que cerrar ante el imparable asalto de la arena. En el 2009, los edificios de su alrededor fueron demolidos. Llegaron a tener jardín y árboles, comedores señoriales, carretera que conectaba con la civilización; todo, a 60 metros sobre el nivel del mar y a 200 metros del agua. Un mundo, debían pensar entonces. Era un pequeño pueblo asido al faro de Rubjerg Knude, un lugar muy querido que ahora seguirá de pie. Hasta que dentro de unos años, quién sabe cuántos, tocará volver a convertirlo en un trenecito.