"No es lo mismo irse que hacerse", decía, cosas de la publicidad, la buena de Chus Lampreave en un anuncio las pasadas Navidades. Puede que sea cierto, pero a los emigrantes españoles repartidos por el mundo, tanto a los que ya llevan tiempo fuera como a los que han tenido que hacer las maletas por la crisis, les están poniendo difícil esto de no hacerse del país donde tienen trabajo, prosperan y viven sus profesiones y sus proyectos vitales con una calidad de vida poco frecuente en España.

La última causa de desapego, de cabreo, por decirlo pronto y mal, es la decisión del Gobierno --confusa, publicada en el BOE de forma casi clandestina en plenas fiestas-- de aplicar una restricción del derecho a la sanidad pública que afecta a determinados grupos de emigrantes: alumnos de estudios no homologables, parados que aún no han trabajado en su nuevo país de residencia legal y trabajadores en países de fuera de la UE. Más allá de si cada uno en su casuística se ve afectado o no, el mensaje que han recibido los emigrantes es simple: la sanidad en España es universal para todos los españoles, por lo que si un colectivo de españoles queda fuera, significa que ya no son considerados como tales. Ya saben, no es lo mismo irse que hacerse. "Nuestros dirigentes --dice Celia Caravante (23 años. Au pair en Londres)-- carecen de sensibilidad hacia el colectivo que ha decidido emigrar. ¿Qué somos para ellos? ¿Una cifra? ¿Estadísticas? Ni eso".

DECEPCIÓN E INDIGNACIÓN Celia --"soy soñadora, y como tal, soñaba con una oportunidad laboral cerca de mi entorno. No llegué a tener ni una sola entrevista de trabajo" se declara "decepcionada" con su país. La misma palabra eligen, por ejemplo, Sara Pijuan (26 años. Doctoranda en Biotecnología en la Universidad de Uppsala, Suecia. "Mis planes eran trabajar en una farmacéutica en Barcelona") y Raúl Delgado (32 años. Investigador de posgrado en el campo del alzhéimer en Múnich). "Tengo una hija en camino, sacrifico cosas a nivel personal, pero a nivel profesional en España no se puede competir con cómo me tratan en Alemania"). Los tres tienen en común que son jóvenes, bien formados y sin ningún futuro laboral ni vital en España.

Xavier Faura (46 años. Veterinario, 15 años en Filadelfia) y Adriana Ortiz (asistenta de español en un instituto de Macon, Francia) hablan de disgusto, de indignación. Y directamente "avergonzado" se declara Mariano Andrés, chef en Dubái desde hace 13 años, donde dirige un restaurante siguiendo la estela de su hermano José Andrés, otro español que triunfa fuera. "No nos hagan sentir inmigrantes ilegales en nuestra casa", implora Carlos Badía (40 años, gerente técnico en textil en San Juan del Río, Querétaro, México, padre de una niña de 7 años y un bebé).

PROYECTO DESCARRILADO Irse no es una decisión fácil, y en la gran mayoría de los casos conlleva una carga de decepción, de proyecto que no funcionó en casa, junto a los amigos, al lado de la familia. Celia describe la añoranza: "Fuera echas de menos objetos, no sé, mis sábanas, mi sofá, mis libros... Cosas que aquí en Londres también puedes tener, pero son impersonales. Mi hogar no es mi casa, sino donde se encuentran las personas a las que quiero".

Un proyecto descarrilado conlleva frustración. Pero en la nueva remesa de emigrantes, sobre todo los más jóvenes, esta frustración está muy agudizada. Es la incomprensión (y la indignación que la acompaña) de sentir que la sociedad que les ha formado ahora les echa. Son expatriados a la fuerza por una crisis que ellos no han generado. "No es que España me haya traicionado, sino que se traiciona a sí misma. Una persona como yo, hija del sistema público, que se vaya así de fácil y no pueda ni siquiera volver... Es desperdiciar recursos", apunta Anna Zamora-Kapoor (30 años. Investigadora posdoctoral en la Universidad de Washington de Seattle). "En España es difícil crecer o tener un buen salario. Es un país de pocas oportunidades", opina Silvia Bach (38 años. Directiva de moda en Moscú). "Lo que hacían nuestros padres ahora es imposible. Si quieres un piso, una vida laboral... debes marcharte".