La intimidad que habían reclamado los padres de Julen para enterrar a su pequeño fue casi imposible. Después de 13 días en vilo por la suerte del niño de dos años, y del trágico desenlace que supuso hallar su cuerpo sin vida, en el barrio de El Palo (Málaga) todos sentían la pérdida de uno de los suyos. Por eso, decenas de personas quisieron acompañar ayer, aunque fuera desde la puerta del cementerio, a José Roselló y Victoria García en una despedida plagada de lágrimas y tristeza, en un emotivo silencio solo roto por los aplausos cuando el pequeño féretro blanco cruzó los escasos metros que separan el tanatorio del camposanto.

La familia estuvo casi toda la noche en el tanatorio municipal velando al pequeño. A mediodía tuvo lugar un breve responso al que acudieron los alcaldes de Málaga, Francisco de la Torre, y de Totalán, Miguel Escaño, así como un pequeño grupo de autoridades. También acudieron, apesadumbrados, miembros del Consorcio Provincial de Bomberos y de Protección Civil, así como algunos de los psicólogos de emergencias.

En medio de un sobrecogedor silencio, los padres y familiares del niño salieron de la capilla y accedieron a la sala donde estaba el ataúd para dar el último adiós al pequeño. A continuación, se dirigieron al cercano cementerio precedidos por medio centenar de coronas y ramos de flores blancas remitidas por corporaciones locales de diversos puntos del país, asociaciones, asociaciones vecinales y hermandades religiosas. Tras ellos, salió el féretro, portado bajo para esquivar las cámaras de los medios apostados en la plaza. El Palo no aguantó más y se rompió en aplausos.

Julen descansa en un nicho contiguo al de su hermano Oliver, fallecido hace dos años tras un infarto. Junto a él, los padres quisieron que hubiera dos coronas de flores: la suya y la de los ocho mineros que lograron arrancar al pequeño de las entrañas de la montaña.