Kieran McGrath ha tratado a cientos de personas que han sufrido abusos sexuales en la infancia. Pero también a cientos de personas que los han perpetrado. Más de 30 años entre víctimas y agresores de violencia sexual infantil. Acaba de participar en la 7ª Jornada de Criminología de la Universitat Oberta de CataluÑa (UOC).

McGrath comenzó a entrar en contacto con esta realidad en 1988, cuando asumió la subdirección del Children’s University Hospital de Dublín. Desde allí ha vivido la maduración de la sociedad irlandesa ante este grave problema, porque entendió que para combatirlo era necesario hacerlo en dos direcciones: Aceptando el pasado y poniendo los recursos para evitarlo en el futuro. Al conocer el caso Maristas, que acumuló en el 2016 denuncias contra 12 profesores de esta orden religiosa en Barcelona y activó otras demandas contra escuelas de La Salle o de los Jesuitas, y escuchar que ni el Gobierno catalán ni el español han movido ficha para tirar de este hilo hasta el final, dice simplemente que es «una pena».

EL ESTADO PIDIÓ PERDÓN / En mayo de 1999, el primer ministro irlandés Debie Ahern «pidió disculpas públicamente» a todas las víctimas de abusos sexuales ocurridos en el seno de colegios e internados en poder de la Iglesia católica. Fue la culminación de un proceso que hizo aflorar más de mil casos de abusos silenciados en Irlanda. La Commission to Inquire into Child Abuse, más conocida como The Ryan Report, investigó a fondo la cuestión y concluyó que el Estado no podía «desentenderse», aunque los colegios pertenecieran a hermandades religiosas.

La Iglesia, asesorada «por los abogados», al principio «lo negaba todo». Ha ocurrido así en otros lugares del mundo. Primero aparece un caso y después surgen «muchos más». Al final tuvo que admitir lo que había ocurrido. Incluso en acusaciones que recaían sobre religiosos que ya habían «fallecido». Si aparecían varias denuncias contra estos, no quedaba más remedio que aceptar «su responsabilidad».

En Irlanda se creó «un sistema» para que las víctimas que no quisieran emprender la vía judicial también pudieran reclamar una compensación por lo que les habían hecho de críos acudiendo directamente a esta comisión. Se «evaluaron» individualmente las secuelas que arrastraban y «recibieron una indemnización». «El impacto para la Iglesia fue muy fuerte», advierte. Se pagaron «cientos de millones de euros». Tantos que hubo órdenes de dimensiones reducidas -como la Rosemini- que se quedaron «en la ruina». Fue necesario que «vendieran parte de su patrimonio» para poder pagarlas. «Por supuesto que era lo más justo», valora transcurridos casi 20 años más tarde.

EL PERDÓN / El dinero «no era lo más importante» de este proceso, aclara. Las víctimas querían que se reconociera «la verdad». Querían que les pidieran «perdón» y que les limpiaran «de culpa». Porque el daño que les hicieron les ha impedido llevar «una vida normal». Gracias a aquel proceso, los cambios que se llevaron a cabo fueron «tan grandes» que actualmente los mecanismos de «supervisión» dentro del clero son los mejores. La gente «sigue teniendo miedo de los curas en Irlanda, pero es un error porque ahora, allí, los menores que están bajo su cargo están más seguros que en otros lugares».

McGrath cree que el Código Penal en España -aquí los delitos sexuales caducan cuando la víctima ha cumplido los 21 años (si son leves) y cuando ha cumplido 30 y pocos (si son graves)- «debería cambiarse». Porque los niños se callan estos delitos y, a menudo, transcurre mucho tiempo hasta que reúnen el valor «de denunciarlos». En sentido contrario, subraya, que los poderes públicos no deberían escudarse en la prescripción, puesto que también podrían tomar la iniciativa «como ocurrió en Irlanda». The Ryan Report provocó que la Iglesia en Irlanda comprendiera que «tenía la obligación» de pedir perdón y de pagar. Asumió que «moralmente» no tenía más alternativa que pedir disculpas.