Con lagrimones como puños cayéndole mejillas abajo, el príncipe heredero Federico de Dinamarca recibió ayer a la abogada australiana Mary Donaldson en la catedral de Copenhague. Ella, con la emoción más seca, entró pasadas las cuatro de la tarde en el templo y dio inicio a una ceremonia que Felipe y Letizia contemplaron como un tráiler, versión reducida, de lo que será su enlace el próximo sábado en la Almudena.

La boda de España alineará a 1.600 invitados y a miembros de más de 40 casas reales. Más modesto, el sí de Federico y Mary convocó ayer a 800 personas en la catedral, de las que 400 recorrieron 40 kilómetros para disfrutar de, entre otros manjares, marisco, asado de venado y vol-au-vent de espárragos y pollo en el palacio de Fredensborg. La cuota real, en este caso, la pusieron los representantes de 23 casas reales.

Lo que seguramente no se oirá en la Almudena serán referencias al final de cuento de hadas con el que Dinamarca ha querido vivir el romance de los novios. En el país de Hans Christian Andersen, los súbditos han digerido en clave fantástica el idilio que se fraguó en un bar durante los JJOO de Sydney y que pasó sus horas peliagudas cuando la reina Margarita estuvo dando largas a su futura nuera durante casi dos años. "La vida no es tan fácil como los cuentos", recordó, por si acaso, el obispo de Copenhague, Erik Norman Svendsen.

Y Federico, vestido de almirante, lo escuchaba encantado de la vida. Lo que le había costado llegar hasta allí, con Mary a su vera y las principales casas reales a sus espaldas. Junto al príncipe Felipe , Letizia, vestida de rojo por Lorenzo Caprile con escote de trapecio adornado por dos broches y con mangas de gasa. Al lado de la prometida del Príncipe, algo más tensa que sus homólogas, se congregaba la comunidad de la corona . Entre otros, la reina Sofía, Elena y Cristina. La primera infanta, de Christian Lacroix, y la segunda, de Jesús del Pozo.

También se calzaron uniformes y tiaras los reyes Harald y Sonia de Noruega; Carlos Gustavo y Silvia de Suecia; Alberto y Paola de Bélgica; Constantino y Ana María de Grecia; la reina Beatriz de Holanda, y la plana mayor de príncipes y princesas herederos. Al aplauso, triunfaron Máxima, Mette-Marit y Carolina de Mónaco, que esta vez se dejó en palacio el modelo noche de fiesta de la velada anterior.

Pero quien ganó por KO en vítores fue Mary, que enfiló hacia el altar con una corona regalo de la reina, un velo que perteneció a Margarita I, y un vestido de satén del diseñador local Uffe Frank con seis metros de cola. En la boda, 100% danesa y orquestada por la soberana, puso la nota exótica la falda escocesa del padre de la novia, John Donaldson, matemático nacido en Edimburgo.

MUCHAS LAGRIMAS La ceremonia, luterana, dio para mucho. Con las manos todo el rato adosadas, Federico y Mary lloraron (incluso a la reina le traicionó el lagrimal) y provocaron un trueno en las calles cuando se declararon marido y mujer, ya que la gente seguía el enlace por pantallas gigantes colocadas en distintos puntos de la ciudad.

Sin embargo, el cuento de Federico y Mary sacó de casa a menos gente de la prevista. En medio de un gran dispositivo policial de 3.000 agentes (Dinamarca es aliado de EEUU en Irak), más de 100.000 ciudadanos se echaron a la calle, cuando los cálculos hablaban de que 250.000 iban a dejarse las gargantas aclamando a la pareja. Casi todos agitaban banderas danesas y australianas y, entre el público, en el que había mucha gente joven, algunas chicas lucían diademas. El cortejo, en carroza de época y custodiado por 48 jinetes del regimiento de húsares, les llevó hasta el palacio residencial de Amalienborg.

Allí, en el balcón, los recién casados firmaron el gran beso de la jornada. Tras sellar uno relámpago en el templo, Mary tomó al tímido Federico y le plantó otro como marca la tradición. El, ya en el banquete, la compensó con un brindis de cuento romanticón: "Tu luz brilló desde nuestro primer encuentro. Desde entonces estoy cegado y dependo totalmente de ella".