«Si te acosan, le pegas una hostia. Uno tiene que defenderse». He aquí la respuesta mayoritaria, en escolares de secundaria, en un estudio coordinado por el psicólogo y pedagogo José Ramón Ubieto sobre el bullying. Una respuesta inapropiada que él asocia al «apáñatelas como puedas, la solución individual», alzada erróneamente como valor social. «Pedir ayuda a un adolescente le resulta vergonzante, se considera cosa de nenazas».

La investigación, recogida en el libro Bullying: una falsa salida para los adolescentes, constata la hipótesis de entender el acoso como una escena, un show. Participan, además de víctima y victimario, los testigos: el público necesario que da sentido a la actuación. «Sin público no hay espectáculo. Y ahora se multiplica con el ciberacoso». Una masa cómplice que se regocija del circo y de no estar en el lugar del acosado.

LOS ADULTOS / Ubieto añade un cuarto elemento a la humillante escena: los adultos, a quien se dirigen con sus actos para llamar la atención. «Ante esa crueldad esperan que digamos algo».

El libro aporta una conclusión que incide en el delicado tránsito de la adolescencia. La revuelta de hormonas es la madre de todos los males. La tentación del bullying, explica Ubieto, aparece en la pubertad como «una falsa salida a las dificultades que plantea un cuerpo sexualizado que les produce extrañeza y les inquieta». Manipular el cuerpo del otro bajo formas diversas -agresión, ninguneo, exclusión, injuria- les permite poner a resguardo el suyo. Liberan su angustia en el otro. El acosador domina sus inseguridades, fealdades o defectos humillándolos en el cuerpo de la víctima tras haberlas proyectado en él mismo. «Para eso hay que designar un chivo expiatorio, una figura ya presente en las ancestrales tribus, el sacrificio». El acoso es, pues, una falsa salida del túnel de la adolescencia. «No lo atraviesan, lo desplazan para más tarde».

Buscan la diferencia

Todas las actividades de los púberes van dirigidas a «domesticar la fiera». El cuerpo. «Lo marcan, lo tunean, la intoxican, lo adelgazan... Quieren controlarlo y, si no lo logran, manipulan el cuerpo de otro para que el suyo quede a salvo», argumenta Ubieto, que cita el caso de una paciente a la que sus compañeras le raparon la larga cabellera. Les fastidiaba que, a su modo de entender, con su seductora melena ya tuviera resuelta la cuestión de la feminidad.

Esto ocurre también con el gordo, el homosexual... Buscan la diferencia, que confronta a cada uno con la asunción de su sexualidad. Aunque no siempre funciona. «Si una niña gordita asume su característica, quizá porque toda su familia lo es, no le importa que le llamen gorda», sostiene el psicólogo. «Lo que caracteriza a las víctimas es que no pueden responder a la intimidación».

El testimonio

Ubieto ilustra la sentencia con otro testimonio, un joven de estética gótica a la que empezaron a ofender sin efecto. «A él le daba igual porque los insultos reforzaban su narcisismo. Hasta que la revelación de que su padre había estado en la cárcel le produjo un tartamudeo y volvieron a meterse con él. Entonces ya le afectó, porque no podía entender que su padre hiciera lo que hizo».

El bullying es un clásico, ya lo relataba Robert Musil en su novela Las tribulaciones del estudiante Törless (1906), recuerda Ubieto, pero va adquiriendo nuevas formas. «Ahora a los críos los hemos llenado de gadgets y los hemos dejados solos. ¡Cómo es posible que 108.000 niños, en un grupo de Whatsapp bajo el nombre de El Rubios, consuman pornografía! ¿Dónde estaban sus padres?»