¡Qué difícil es ser distinto a la norma en una nueva normalidad! Las restricciones, las distancias, la inconveniencia de socializar desde la proximidad son condiciones complicadas de asumir para cualquiera, pero se convierten en un nuevo obstáculo --entre tantos otros-- que salvar para alguien con necesidades especiales, como las de Martín, un niño de 5 años diagnosticado de Síndrome de Angelman, una de tantas enfermedades raras.

Martín sonríe y abraza todo el tiempo. Es su forma de comunicación. El contacto físico con sus compañeros de clase, con sus maestras, con sus terapeutas, es una necesidad difícil de atajar. Y por eso, su madre y su tutora llegaron a una difícil conclusión, lo mejor para él era no ir al colegio.

El Síndrome de Angelman es un trastorno genético que provoca que quienes lo sufren tenga limitaciones en su desarrollo integral. Tienen problemas de habla, de desarrollo intelectual, y en el aspecto más físico, problemas de psicomotricidad y convulsiones.

Muchas batallas que librar por una familia que con la llegada de la pandemia se plantea las mismas preguntas que cualquier otra y unas pocas más. Es inevitable.

Cuando la clase de Martín tuvo que confinarse por un positivo, sus padres se enfrentaron a un doble inconveniente: el aislamiento obligado había dejado a su hijo sin sus terapias específicas, esenciales para propiciar los pequeños avances que están caracterizando su crecimiento desde los 15 meses.

Y así, tuvieron que sopesar los beneficios que le reporta ir a clase con sus compañeros o asumir el riesgo de renunciar de nuevo a las terapias. Para sus padres pesó más esa atención personalizada que tanta falta le hace. Porque además, "es imposible hacerle entender que no puede abrazar a sus amigos", incluso cuando salen y van a un parque, a pesar de alejarse de los otros niños, "nos cuesta impedir que se acerque".

Porque Martín es así. Él no entiende de pandemias, de nuevas normalidades, de dejar de ser quien es por un virus. Pese a todo, está bien, por sus terapias, y porque su hermano Lucas asume todos los papeles posibles para hacer de Martín un niño feliz.