El aumento del número de gorilas de montaña se debe, en gran medida a que las asociaciones conservacionistas y las comunidades locales llevan ya varios años trabajando codo con codo. En el caso del Bosque Impenetrable de Bwindi se han establecido unos límites a base de plantaciones de té -cuyo olor ahuyenta a los gorilas- que ni los agricultores ni los primates deben traspasar, para intentar que prevalezca la armonía. Así se evitan muchos enfrentamientos que en el pasado acababan con la muerte de los gorilas a manos de los agricultores. «Los lugareños saben lo importantes que son los gorilas para ellos», dicen las autoridades ugandesas.

Es asombroso cómo, en los últimos años, se ha producido un cambio en la mentalidad de los locales, que han dejado de cazarlos para traficar o para comer su carne. El trabajo ha sido arduo. También ha ayudado la vigilancia sobre el terreno y las medidas coercitivas de los gobiernos. «Hemos creado grupos anticazadores furtivos para detectar y denunciar las actividades ilegales que puedan suceder en el Parque Nacional de los Volcanes, en Ruanda», recuerda Verónica Vecellio, de la Fundación Internacional Dian Fossey.

También, al otro lado de la frontera, en Uganda, la ley se ha endurecido en las últimas décadas. «Si alguien entra sin el permiso en el Parque Nacional de Bwindi, puede acabar en la cárcel, si se demuestra que ha matado a algún gorila o a otro animal. Puede ser condenado a 20 años de prisión, a pagar 200 millones de chelines ruandeses [59.600 euros], o a ambas penas a la vez, dependiendo del valor de los animales abatidos», dice con seriedad Wilber, de la UWA. Afortunadamente, la presión de las autoridades ruandesas, ugandesas y congoleñas ha propiciado que los gorilas de montaña hayan quedado fuera del comercio ilegal. Aunque el peligro siempre está latente.

A pesar de las buenas noticias, «el éxito no deja de ser muy frágil, ya que un millar de ejemplares continúa siendo una cifra muy baja», insiste Vecellio, de la Fundación Dian Fossey. Además, las perspectivas para el resto de especies y subespecies no son demasiado halagüeñas. La población de la otra subespecie de gorila oriental, el gorila de Grauer o de llanura (Gorilla beringei graueri) -confinado en dos enclaves de la República Democrática del Congo- ha sufrido un descenso de sus poblaciones del 70%.

En la actualidad se cree que todavía quedan unos 3.800 gorilas de Grauer, en los parques nacionales de Kahuzi Biega y de Maiko. «Esta subespecie está amenazada por los enfrentamientos civiles, las minas antipersona, los cazadores furtivos en busca de su carne para la venta ilegal, las trampas y la deforestación», alerta Vecellio.

Los gorilas que son confiscados a los cazadores furtivos son trasladados a santuarios como el centro de recuperación GRACE (www.gracegorillas.org) o al orfanato para crías de gorilas Senkwenkwe. «Llegan en unas condiciones de salud horribles, necesitan rehabilitación y mucho cuidado», se lamentan desde la Fundación Dian Fossey.

«¿Que cómo puedes ayudar? -pregunta Verónica Vecellio de forma retórica-. El mejor modo de proteger los gorilas es convirtiéndote en donante y adoptando uno a través de la web www.gorillafund.org, donde también explicamos el trabajo para la protección de los gorilas».