Barbilampiño, con mocasines y pinta de no haber matado una mosca, no debía de disonar en los ambientes que frecuentaba, ni en las Nuevas Generaciones del PP, ni en las reuniones de la FAES, la fundación que preside José María Aznar. Con palabrería y una capacidad de fabulación extraordinaria -se hacía pasar por asesor de la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, y colaborador del Centro Nacional de Inteligencia (CNI)-, el pescadito llamado Francisco Nicolás Gómez Iglesias (Madrid, 1994) logró chapotear en las aguas más altas de la política y la economía sin que nadie se apercibiera de que en realidad era un don nadie.

La indumentaria, un chalet de lujo alquilado, los coches de alta gama con escolta y una sirena azul para sortear atascos y proclamar aquí viene alguien importante debieron de abrirle puertas. No solo se retrató con lo más selecto de los mentideros madrileños -en su álbum de fotos figuran Ana Botella, Esperanza Aguirre y líderes de la patronal y los sindicatos-, sino que también logró colarse en los fortines más exclusivos, como el palco vip del Bernabéu y el besamanos de Felipe VI tras su coronación. Un genio del camuflaje, el pequeño Fran, convertido en fenómeno viral con parodias y montajes en las redes sociales que lo sitúan en escenas impensables: rodeado de apóstoles en La última cena de Leonardo o testigo excepcional del encuentro que mantuvieron Hitler y Franco en Hendaya.

Francisco Nicolás ha sido puesto en libertad sin fianza, pero con los cargos de falsedad documental, usurpación de funciones públicas y estafa. Al parecer, cobró 25.000 euros a cambio de interceder en la venta de una propiedad en Toledo, una suma por la que entregó a la víctima un falso informe del CNI que el impostor había elaborado en una copistería. ¿Cómo logró embaucar a tantas personalidades? Ni la misma juez que instruye el caso se lo explica: «Vaya por delante que esta instructora no acierta a comprender cómo un joven de 20 años, con su mera palabrería (…), puede acceder a las conferencias, lugares y actos a los que accedió sin alertar desde el inicio de su conducta a nadie».

Subtipo de grandiosidad

El informe forense que se adjunta al caso detecta en el joven farsante «una florida ideación delirante de tipo megalomaniaco». Según este diagnóstico y a juicio de Olga Subirà, psicóloga forense consultada por este diario, Francisco Nicolás sufriría un «trastorno delirante (subtipo de grandiosidad)»; es decir, un trastorno psicótico. La persona que lo padece puede presentar «una estructura de personalidad previa en la cual predominen rasgos como desconfianza, suspicacia, egocentrismo, rigidez de pensamiento, tendencia a los juicios erróneos y manifestación exagerada de su emocionalidad».

¿Qué lleva a una persona a actuar así? ¿Por qué no se conforma con la grisura de su vida? ¿Es el afán de lucro? ¿O se trata siempre de un problema mental? Habría que estudiar uno a uno los ejemplos que han aparecido a lo largo de la historia para dilucidar si son constitutivos de trastorno, pero según el criterio de Olga Subirà todos ellos comparten un denominador común: «La percepción distorsionada que tienen de la realidad, en función de la cual van confeccionando un escenario imaginario donde ellos son los protagonistas», ya sea como heroína superviviente del atentado contra los Torres Gemelas

-el caso de la barcelonesa Alicia Esteve / Tania Head-, o bien como falso intérprete de signos en el funeral de Nelson Mandela: Thamsanqa Jantjie se llamaba el individuo que, al lado del presidente Obama, convirtió su traducción en un galimatías de gestos sin sentido.

La lista de grandes farsantes, de maestros del engaño que en el mundo han sido, excedería con mucho este espacio. Desde Milli Vanilli, la pareja de troleros convertidos en estrellas del pop sin haber salido del playback, hasta Anna Anderson, la falsaria que afirmaba ser la gran duquesa Anastasia, hija menor de Nicolás II, el último zar de Rusia. Su gran belleza física -fue encarnada en el cine por Ingrid Bergman- y la verosimilitud de un relato que cautivó a la prensa de la época hicieron mantener la duda en suspenso durante años: ¿y si Anastasia había logrado escapar del pelotón de fusilamiento bolchevique?

El preso 6.448

Sin embargo, el descubrimiento de una fosa común en Yekaterimburgo tras la caída del comunismo y las posteriores pruebas genéticas que se realizaron con los huesos permitieron que aflorase la única verdad: la familia zarista fue ejecutada al completo en 1918, incluida Anastasia.

Por su cercanía y la carga emotiva que el caso arrastraba, causó un gran impacto el desenmascaramiento de Enric Marco en mayo del 2005. Creu de Sant Jordi y presidente de la Amical Mauthausen, la asociación de antiguos deportados españoles a los campos de concentración nazis, el impostor llegó a conmover hasta las lágrimas a los diputados con un discurso en el Congreso, pronunciado en enero de ese mismo año: «Cuando llegábamos a los campos de concentración en esos trenes infectos, para ganado, nos desnudaban, nos mordían sus perros, nos deslumbraban sus focos. Nosotros éramos personas normales, como ustedes». Y, sin embargo, aunque afirmaba ser el preso número 6.448, Marco jamás había estado en Flossenbürg. Un solemne embustero.

Su excepcional talento fabulador, las luces y sombras que se entremezclan en su trayectoria, han inspirado dos novelas recientes: En la pell de l'altre (Columna/Destino), de Maria Barbal, y El impostor (Penguin Random House), de Javier Cercas, que aparecerá el 13 de noviembre. ¿Cómo logró el falso deportado sostener durante casi tres décadas una biografía personal cortada a medida? Tal vez porque la mentira es más convincente cuando está amasada con algo de verdad, y Marco estuvo en la Alemania nazi, sí, pero no como presidiario republicano, sino como trabajador voluntario de Franco.

Algo parecido sucede con el pequeño Nicolás. Contactos, al parecer, los tenía. ¿Lo arropó alguien? Por el momento, la jueza ha decretado el secreto del sumario.