La flexibilidad emocional es la capacidad que nos permite usar nuestra gestión emocional para podernos adaptar a situaciones de cambio, especialmente si son abruptas y en las que no sabemos cómo desarrollarnos. Moviliza nuestras acciones y nuevos esquemas mentales, transformando los patrones viejos en los necesarios en estos momentos. Para ello, tenemos que dejar atrás rutinas y hábitos, formas de comportamiento y de pensamiento instauradas y que ahora no son útiles. Ya a nivel teórico no parece una tarea fácil. El cerebro se rige por modelos que aprende y repite, economizando el tiempo y necesitando la rigidez para poder estar cómodo. Por tanto, todo aquello que se sale de lo conocido, como puede ser una crisis, nos coloca en alerta y nos resistimos.

Cuando atravesamos por momentos que rompen lo que teníamos establecido, como un despido, un cambio de trabajo, una ruptura o una mudanza, nuestro cerebro genera un estado de alarma, ya que considera que esa novedad es un peligro en sí misma. Las emociones negativas normales en esos casos se disparan y queremos volver a nuestra zona de seguridad. Es cuando patrones emocionales más flexibles nos ayudarían, nos permitirían entender mejor la crisis y generar herramientas que nos pudieran proporcionar una ayuda. Una habilidad que no aparece de forma natural pero que siempre podemos entrenar.

Crece en el cambio

Ser flexibles a nivel emociona implica dejar fluir lo que sentimos y asumir que la situación conocida se ha perdido y debemos vivir en el cambio, con la etapa de transición necesaria. Esto hace que los esquemas deban dejar de ser rígidos, adaptables y más eficientes, lo que nuestro cerebro no querrá en un primer momento. Sin embargo, adaptarnos a los acontecimientos es lo que en ese instante se nos está pidiendo. Hacerlo, aunque al principio sea difícil, nos generará herramientas emocionales que ya tendremos almacenadas para otros momentos de crisis. Es realmente dicha flexibilidad la que aprendemos y almacenamos.

Toda emoción necesita ser valorada y aceptada. No nos gustan las negativas, cuando son las que aparecen durante las crisis y que esconden la llave para poder superar la situación. A través de las siguientes pautas sabremos cómo usar esa llave y poder ganar en flexibilidad emocional:

1. El pasado como aprendizaje

Las crisis no son situaciones únicas que vivimos en nuestra vida. Tienen ciertas similitudes con las anteriores y siempre vivimos diferentes etapas de cambio. De esas etapas pasadas podemos obtener aprendizaje que nos ayuden en estos momentos. Una de esas enseñanzas es que todo acaba pasando.

2. Asumo y suelto

Nos resistimos a las crisis porque no dejamos atrás lo que realmente ya hemos perdido. No queremos soltarlo cuando ya físicamente ha dejado de existir. Permanecer ahí aferrados no nos ayuda ni nos produce ningún bien. Movilizar todos nuestros recursos emocionales a aceptarlos es imprescindible.

3. Tristeza

La tristeza es una de las emociones negativas que más rechazamos. Creemos que nos va a bloquear y que nos quedaremos sumidos en la depresión de por vida. Sin embargo, como cada emoción, busca establecer una estructura en nuestra vida, en este caso el desarrollo. Vivir los cambios con rabia o frustración solo nos impiden el avance.

4. Miedo

¿Qué es lo que nos produce miedo de la nueva situación? Tal vez nos dé miedo la pérdida o las situaciones nuevas. Encontrar la raíz de nuestro miedo puede hacer que la trabajemos y podamos llegar a esa flexibilidad emocional.

Las situaciones nuevas, tantos si son de crisis como si no, siempre nos van a demandar que dejemos atrás esquemas emocionales rígidos y fluyamos en el cambio. Al cerebro no le gusta, necesita las rutinas, pero dicho cambio es inevitable y debemos movilizar nuestros recursos para aceptarlo y acabar transitando por él.

* Ángel Rull, psicólogo.