Los niños, al igual que los adultos, se van enfrentando a diferentes etapas de desarrollo físico y mental. Forma parte de su crecimiento, cada niño sigue su propio ritmo y son los padres y todo el entorno que forma su vida los que ayudan a que dicho crecimiento sea óptimo. Uno de los puntos que aparecen a trabajar es el de autonomía, la capacidad que tenemos de hacernos valer y usar nuestras propias herramientas para lograr lo que queremos. Esta independencia no implica soledad ni falta de apoyo. Con la ayuda de los padres, especialmente cuando son pequeños, van buscando diferenciarse del resto y reclamar su propio lugar.

Algunos niños buscan ser autónomos mientras que a otros les cuesta más y necesitan que sean los demás los que le hagan las cosas. Esto depende de las características y de la personalidad de cada niño. Sin embargo, aunque respetemos sus propias necesidades, debemos tener en cuenta que siempre existen unos mínimos saludables de autonomía a desarrollar. Sin ello, con el paso de los años, no soltarán su dependencia y siempre necesitarán ser rescatados.

INDEPENDENCIA

La independencia es necesaria para cualquier adulto sano. No implica que no busquemos ayuda al necesitarla o que nos aislemos, sino que sepamos disfrutar con la soledad o resolver ciertas cosas de forma autónoma. Pero para ello hemos ido desarrollando la independencia con nuestro desarrollo, desde la etapa infantil y la adolescencia.

Son los padres en un primer momento los que se aseguran de que sepamos desenvolvernos solos. No se hace desde el primer mes, sino que se va adaptando a la edad y la madurez del niño. Sí que es importante fomentarlo desde pequeños y no olvidarnos de hacerlo en el futuro. Solo con esto lograremos tener una autonomía sana en la etapa adulta.

A través de los siguientes pasos podremos fomentar la autonomía en los más pequeños de la casa:

1. Espacio

La privacidad es importante al igual que tener secretos. Los adultos tenemos miedo a los peligros que pueda haber, pero podemos caer en la sobreprotección y en la hipervigilancia. Debemos dar espacio y tiempo, siempre desde la seguridad.

2. Escucha

Los hijos, por pequeños que sean, también forman opiniones sobre el mundo que les rodea. Razonan y crean con su mente. Aunque den respuestas erróneas o puedan ser lentos en el procesamiento, escuchar lo que tienen que decir les hará sentirse válidos y respetados.

3. Fallar

Nuestra edad y el tiempo vivido tiende a dotarnos de la capacidad de ver cuándo nuestros hijos van a cometer errores. No es nuestro deber interceder, sino permitir que fracasen y estar a su lado para consolar o enseñar a hacerlo mejor.

4. Diferencias

Es muy típico caer en las comparaciones con otros niños o con los propios hermanos, lo que no solo despierta celos sino una sensación de baja autoestima. Para contrarrestarlo, debemos hacerles conscientes de la valía de cada uno, de la importancia de los puntos fuertes y de las capacidades de cada uno.

5. Reforzar

A medida que den pasos en su autonomía, debemos ir premiándoles. Reforzar los avances y no castigar sus errores es fundamental para el pleno desarrollo. Hay que dar un mayor valor a lo que hacen bien que a lo que hacen mal o no saben hacer.

Los niños tienen un rápido avance emocional es las primeras etapas. Su cerebro va absorbiendo conocimientos y somos los padres los que vamos dotando de valor y significado a lo que viven. La autonomía es una de las herramientas que van a aprender y tenemos el deber de reforzarla y apoyarla.