Una vuelta a los orígenes de la Iglesia. En el sermón del papa Francisco, leído tras proclamar ayer como santos a sus predecesores Juan XXIII y Juan Pablo II, iconos de dos conceptos opuestos de catolicismo, el Pontífice dijo que los dos papas canonizados trabajaron "para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisonomía originaria". "Fueron dos hombres con coraje, llenos de libertad para decir la verdad", agregó haciendo equilibrios el papa Bergoglio.

En una plaza de San Pedro abarrotada, Francisco leyó el sermón sin improvisar y dijo que los primeros creyentes fueron "una comunidad en la que se vivía la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad". Añadió que aquella "primera comunidad de creyentes es la imagen de la Iglesia que tuvo ante sí el concilio Vaticano II", un programa modernizador y aperturista inaugurado en 1963 por Juan XXIII, frenado en los 80 por Juan Pablo II y que ahora Francisco intenta reimpulsar.

De Juan Pablo II, cuya canonización no ha sido bien vista por algunos sectores católicos por ser demasiado reciente su muerte y por su gran conservadurismo, Francisco evocó curiosamente su dedicación a la familia y dijo que le gustaba "subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia". Para dicho sínodo, que se celebrará este año y el próximo, Bergoglio ha enviado un singular cuestionario a todos los católicos para que digan lo que piensan sobre las distintas formas de familia existentes en las sociedades actuales.

Tras acceder a la petición del cardenal Angelo Amato, que por tres veces, en público y en latín, le solicitó que declarase la santidad de los dos papas, Francisco respondió: "Después de haber reflexionado largamente, decidimos que sean santos". El veredicto, que siguió unos rituales antiguos aquilatados a lo largo de siglos, fue acogido con un fragoroso aplauso por las 80.000 personas que abarrotaban la plaza de San Pedro y se propagó a las otras 100.000 que seguían el acto en los alrededores, a otras 100.000 que poblaban los puentes sobre el Tíber y las calles paralelas, y otras muchas decenas de miles que veían la ceremonia a través de 14 maxipantallas instaladas en varios lugares de Roma. En total, unas 800.000 personas siguieron en las calles de Roma el acto, que fue televisado para una audiencia potencial de 2.000 millones de personas de todo el mundo, según cálculos del Vaticano. "Habría sido imposible imaginar esta atracción de la Iglesia tan solo poco tiempo atrás, en las horas bajas del escándalo de la pederastia", comentó Gianfranco Svidercoschi, un veterano vaticanista.

Los Reyes de España, acompañados por los ministros de Exteriores, Interior y Justicia, siguieron la ceremonia entre las delegaciones oficiales de 126 estados. Entre jefes de Estado y de gobierno sumaban 40, algunos de los cuales, al final, saludaron al Papa personalmente, y le pidieron bendiciones, se fotografiaron con él o recibieron, según los casos, una afectuosa palmada del Papa en la espalda. Juan Carlos y Sofía serán recibidos este mediodía por Francisco en una audiencia privada, en el que será el primer encuentro de los Reyes con el Pontífice.

La ceremonia fue seguida por el expapa Benedicto XVI, vestido de blanco entre 150 cardenales, que desde su dimisión vive en el Vaticano. Un millar de obispos, entre ellos el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Ricardo Blázquez, y unos 6.000 sacerdotes completaron la representación eclesial.

Al final de la ceremonia, que se alargó durante tres horas y media, el papa Francisco subió a su vehículo blanco, dio la vuelta a la plaza saludando a los fieles y luego enfiló hasta el final de la vía de la Conciliazione, al lado del río, saludando, recibiendo banderas de equipos de fútbol, besando a bebés e incluso haciendo señales con la mano a algunos amigos, a quienes parecía indicar: "Después os llamo".