Poco después de ser elegido se dijo y escribió que el papa Francisco era «un tornado», «un audaz»,«pop», «liberal» y «un tsunami» para la Iglesia católica. Aquel «buenas tardes» pronunciado al asomarse a la plaza, recién elegido y con una cruz de «solo» hierro colgando en el pecho, donde siempre habían brillado oro y plata, pareció un cambio y una revolución, aunque nadie podía saber en qué iba a consistir y cuál sería su alcance.

Sucesivamente, en los cinco años transcurridos desde entonces, se ha dicho y escrito que Jorge Bergoglio es un «excéntrico», «progresista», «pauperista», «tercermundista», «izquierdista» e incluso «un comunista». Y también, que «ha creado confusión y desorientación» entre los fieles católicos del mundo, que son 1.200 millones. «Te hemos elegido para reformar (la iglesia), no para destruirlo todo». Así habría apostrofado, en voz «muy alta», un cardenal al Papa por los pasillos de la Residencia de Santa Marta, donde Bergoglio vive. Sucedió el pasado diciembre, según explican fuentes internas del Vaticano. «Tranquilos, que Dios sigue en su sitio», ha dicho a sus fieles Thomas Tobin, obispo de Providence (EEUU), en referencia a que este Papa pasará pero Dios permanecerá.

El cardenal de Buenos Aires fue elegido explícitamente en el cónclave para que «hiciera limpieza» en una Curia (gobierno central) doblegada por escándalos de corrupción, malversaciones económicas y con un banco que aceptaba negocios de políticos, mafiosos y trepas no solo italianos. Era una Curia con al menos 5.000 casos oficiales de pederastia clerical en todo el mundo, escondidos debajo de la alfombra por Juan Pablo II, que había obligado a su sucesor, Joseph Ratzinger, a silenciarlos.

La cuestión del banco, conocido como Instituto para las Obras de Religión (IOR), no está resuelta y los mejores cerebros que Francisco había metido dentro se han ido, porque se han topado con un muro de goma. Han dimitido también varios miembros de la comisión papal sobre pederastia, por falta de colaboración de la Congregación (ministerio) para la Doctrina de la Fe, supremo organismo de la ortodoxia, que dirime los casos de abusos.

Nueve cardenales (los C9) elegidos por el Papa llevan cinco años reuniéndose periódicamente para elaborar una reforma a fondo de la Curia, otro de los cometidos que los electores habían asignado al sucesor de Ratzinger. No participa ningún católico de a pie y hasta el momento el C9 no ha terminado su labor.

Y fue su mensaje como Papa: rescatar las periferias físicas y morales del mundo, una vuelta a los orígenes del cristianismo, lo que ha causado simpatía en la base católica y desconfianza en la jerarquía. Bergoglio y prejuicio, se titula un libro recién salido. ¿Un Papa que divide? es otro libro actual, escrito por el vaticanólogo Gian Francesco Svidercoschi, según el que estos cinco años con Bergoglio conllevan «las inevitables contradicciones de un pontificado revolucionario», porque ha desquiciado todas las brújulas que, durante siglos, desde Roma llegaban a Pekín o Patagonia.

Varios analistas de asuntos vaticanos sugieren que el catolicismo actual está en «una transición compleja» y que el «papel» que estaría haciendo Jorge Bergoglio sería el de romper los moldes con los que funcionaban los centros del poder católico.

«El Papa ama lo que está en proceso, no lo estático, aunque no impone su visión», ilustra el jesuita Antonio Spadaro, director de Civiltà Cattolica y frecuentador de la residencia papal. Exactamente el revés de cuanto llevaba siglos haciendo la Curia.