Si te sientes vigilado en la estación de tren y el aeropuerto, el centro comercial y el restaurante de comida rápida, el banco y la universidad, quizá no seas paranoico. China camina hacia un Gran Hermano de magnitudes elefantiásicas y su último artilugio serviría en un episodio de Blackmirror: son gafas para identificar delincuentes entre la multitud.

La iniciativa de reconocimiento facial ya ha sido probada en la principal estación de tren de Zhenzhou, la capital de la provincia de Henan. Cuatro policías enfocan a los viajeros con unas gafas oscuras que cuentan con una cámara conectada a un aparato parecido a un teléfono móvil. Este traslada la información a la base de datos policial. Bastan tres segundos para que el sujeto sea identificado con su nombre, etnia, género y dirección. También se sabrá si tiene cuentas pendientes con la justicia, el hotel en el que se hospeda e información extraída de su uso de internet.

Los responsables han aireado su eficacia. Han sido detenidos siete criminales, entre ellos varios traficantes de personas, y 26 viajeros que utilizaban carnés de identidad falsificados.

Su uso hasta ahora es, pues, intachable. La identificación facial ya permite que la policía de Shanghái detenga a los infractores de tráfico y la de Qingdao pudo arrestar a docenas de presuntos delincuentes en su multitudinario festival de la cerveza. Las críticas llegarán cuando sirvan para arrestar a un disidente político.

Vigilancia ubicua

China no camina sola hacia la distopía orwelliana, aunque su cuadro parece más inquietante.

Durante décadas hubo de satisfacer su obsesión por el control y la seguridad con métodos pedestres, pero el desarrollo de su tecnología en los últimos años ha disparado su sofisticación. Tampoco tranquilizan sus etéreas leyes sobre protección de datos ni su escaso tacto con cualquier elemento que perciba como hostil.

«Proporcionar a la Policía esas gafas con tecnología de reconocimiento convertirá el Estado de vigilancia chino en algo aún más ubicuo», ha señalado William Nee, de Amnistía Internacional.

Las organizaciones de derechos humanos ya denunciaron meses atrás la elaboración de una exhaustiva base de datos biométricos en Xinjiang, la provincia de la etnia musulmana uigur. Las autoridades, en una campaña que oficialmente pretende mejorar la salud, almacenan el ADN, huellas digitales, escáneres de iris y muestras de sangre de todos los residentes entre 12 y 65 años.

La elección de una estación de tren no es casual. En pocos días empieza el Festival de Primavera, que cada año es calificada como la mayor migración de la Historia. Casi 400 millones de chinos viajarán en la semana más importante de vacaciones y la mayoría lo hará en tren. Se antoja una orgía de datos y algoritmos.

Un vistazo a cualquier dirección en una calle pequinesa descubre varias cámaras. China ha desplegado ya 170 millones y añadirá otros 400 millones en los próximos tres años. Pero el reconocimiento facial en las cámaras está dificultado por las imágenes borrosas y es probable que el sujeto se haya ido cuando llegue la identificación. Las gafas resuelven ese problema.

«Consigues una respuesta inmediata y exacta, así que puedes decidir al momento qué hacer», ha explicado Wu Fei, director ejecutivo de la compañía pequinesa LLVision que ha diseñado las gafas. Es una de tantas empresas chinas nacidas con el boom del sector de la inteligencia artificial. Muchas tienen vínculos con el Gobierno.

El reconocimiento facial se ha extendido en China. Ha sustituido a la tarjeta para extraer dinero en los cajeros de algunos bancos, la aerolínea China Southern la utiliza para embarcar y también filtra la entrada a dormitorios universitarios y puestos de trabajo. Está presente incluso en un baño público que escanea la cara para evitar que los vecinos esquilmen el papel higiénico.