Rocío Echeverría lleva dos años siendo una persona en situación irregular que debe salir de España. Al menos, eso es lo que dice la ley. «Yo no he hecho nada malo», dice esta peruana que, con dos títulos universitarios y una dilatada carrera profesional, huyó del acoso de su exmarido y decidió probar suerte en España. Ahora trabaja limpiando casas. «Es la esclavitud del siglo XXI».

Rocío estudió márketing y comunicación y se especializó en trabajar para las oenegés. Escribía en periódicos, se reunía con las autoridades para alcanzar acuerdos sociales, tenía un prestigio social. Un marido que la acosaba constantemente le provocó unas ganas terribles de marcharse a Europa. Esperó a que su hija hubiese logrado acceder a la universidad y entró en España como turista. Tras colgar su currículo en varios perfiles, vio que había oportunidades. Hizo varias entrevistas, pero la respuesta siempre era la misma. «Sin permiso de trabajo no te puedo contratar». Los ahorros se terminaron y le tocó remangarse.

Ahora su jornada laboral es totalmente invisible. No cotiza ni tiene horarios. Su «patrona» es una trabajadora que necesita ayuda con los hijos. Rocío los levanta a las 8.30, los lleva a la escuela, a extraescolares, hace la compra, la comida, y limpia. «Mi jornada termina cuando ella lo mande, yo no puedo decir nada ni exigir nada», lamenta. Lo normal es trabajar unas 12 o 14 horas, con un sueldo de 600 euros al mes. Para pagar el alquiler limpia otros hogares.

Rocío decidió coger este trabajo porque la ley de extranjería no le daba otra opción. «La verdad es que es muy frustrante». Pero sabe de casos peores. «Hay chicas internas que están sometidas las 24 horas. Las inmigrantes estamos esclavizadas por otras mujeres. Una compañera se ha tenido que acostumbrar a que el hijo de la anciana que cuida le toque el culo y la bese en la boca. Yo me enfado, pero ella me dice que no tiene alternativa, todas tienen mucho miedo a que las despidan».