Si el pasado viernes fue la T-2 el espacio más conflictivo para los pasajeros por las largas colas que se acumulaban en sus instalaciones, este domingo las circunstancias se han igualado bastante con la T-1. En ambas terminales las esperas no superaban la media hora la mayor parte de la jornada, según Aena. Contrasta la información sobre el terreno Verónica, que acepta el reto de cronometrar el via crucis. "He empezado a las 10.49 y acabo a las 11.27 horas", proclama antes de enfilar el arco de detector de metales. Granada le espera y eso ayuda, y mucho, a atenuar la larga espera hasta que su avión le lleve a la ciudad de los cármenes. "No me quería arriesgar a perder el vuelo y al final, mira, media horita de cola y cinco horas y pico de espera antes de embarcar" dice contrariada. En algunos momentos ni siquiera ha habido colas.

"Entiendo las reivindicaciones de cualquier empleado, pero no deberían ser a costa de otros trabajadores. Una empresa tan importante debería tomar medidas para evitarnos este espectáculo. Yo también trabajo de cara al público y con unas condiciones pésimas respecto al trato que nos da la empresa, pero no por ello lo pago con los clientes", dice esta joven de Viladecans, indignada, pero sin perder la compostura. No se puede decir lo mismo de otros viajeros, "que se enervan" y se muestran iracundos "con cualquier uniforme que se cruza en su camino", según el testimonio de un empleado de Aena, que lo limita, eso sí, a una pequeña minoría. "Estos días también son muy duros para nosotros y debería saberse", dice.

FRUSTRACIÓN

Que los excesos contribuyen a la crispación lo comprueba en sus carnes Marcel Escobar, supervisor de la fila rápida de la T-1, solo disponible para viajeros de primera clase, 'business' y familias con niños. "Ayer llegó un grupo a las 9 de la mañana y su vuelo salía a las 8 de la tarde... Tanta precaución, tanto miedo es contraproducente, porque solo genera más colas y mucha frustración", destaca. Tampoco ayuda, asegura, que estos días las aerolíneas sigan abriendo sus mostradores de facturación "solo 3 horas antes" del vuelo.

Polos opuestos sobre el terreno, los de los intereses de los empleados ante los derechos de los pasajeros. Guerra de trincheras en el flanco político, con ráfagas de acusaciones entre el Ayuntamiento de Barcelona, la Generalitat y el Gobierno central, tratando de endosar la responsabilidad institucional del descontrol laboral. Y frente abierto en la mesa de negociación.

ESTRATEGIAS

La lejanía de las posturas en las conversaciones se ha hecho evidente al escuchar a las partes. Por un lado, el secretario de Estado de Infraestructuras, Transporte y Vivienda, Julio Gómez-Pomar, que poco antes del encuentro apelaba a la "responsabilidad" de Eulen y de los trabajadores, señalando como un escollo poco menos que insalvable la demanda de los empleados de una subida salarial del 30%, "que no responde a ninguna realidad" económica y que es "completamente desacompasada". Asimismo ha reclamado a los vigilantes que no empeoren las condiciones de los usuarios "ralentizando premeditadamente" el desempeño de su tarea.

Al contrataque, el asesor del comité de huelga, Juan Carlos Giménez, que ha apuntado a Aena como gran responsable del conflicto. "Eulen no podrá dar lo que pedimos ni el dinero que reclamamos porque la licitación es a la baja, así que es Aena quien puede solucionarlo con más dinero", ha destacado. Eulen reemplazó a Prosegur en la gestión de los servicios de seguridad del aeródromo en junio del año pasado, tras ganar el concurso público con un contrato de dos años por valor de 23,1 millones, 500.000 menos que la anterior concesión. De ahí que Giménez haya vuelto a reclamar un aumento de la partida para mejorar las condiciones de los vigilantes, que cobran entre 900 y 950 euros de media, así como más personal y mejor formación.

La intensa reunión ha concluido este domingo sin acuerdo, pero con posturas algo más aproximadas entre las partes, que se han emplazado a un nuevo encuentro este lunes, tercer día de paros parciales.