En su primera película en casi dos décadas, 'En cuerpo y alma', la cineasta húngara Ildikó Enyedi reivindica la capacidad del amor para reconciliarnos con el mundo a través de la improbable conexión que se establece entre dos corazones rotos que trabajan en un matadero. Por ella ganó el Oso de Oro en la pasada Berlinale.

Los protagonistas de su película son un hombre con un brazo lisiado y una mujer patológicamente tímida. ¿Por qué decidió dotarlos de sendos hándicaps? Vivimos en una sociedad que ejerce una increíble presión sobre el individuo. Si te ríes a un volumen más elevado de lo normal, te tratan de bicho raro; si los zapatos que llevas no combinan con los pantalones, te miran mal. Por eso, es comprensible que alguien con problemas físicos o de sociabilidad opte por aislarse. Yo misma siempre he tenido problemas para relacionarme. Pero, incluso detrás de los rostros más grises puede haber personas maravillosas.

¿Y por qué decidió ambientar la historia de amor en un matadero? Porque en ese tipo de lugares el cuerpo y el alma están presentes de forma muy dramática, y lo digo no solo por el proceso de matar a los animales sino sobre todo por la atmósfera que se vive en la zona en la que esperan. Los tienen allí 24 horas, y estoy segura de que saben qué destino les espera. Lo puedes ver en sus ojos, y en su lenguaje corporal.

¿Pero diría que el matadero tiene un valor metafórico? Es un lugar cargado de significado, sí. No quiero decir que los mataderos tengan nada de malo: sin ellos las carnicerías estarían vacías. Pero por otro lado resultan muy ilustrativos de un fenómeno muy llamativo sobre el que nuestras vidas están construidas. Para poder convivir con los aspectos potencialmente más extremos de nuestras vidas, como el sacrificio de otros seres vivos, simplemente los rodeamos de asepsia y rutina. Nuestra sociedad racionaliza la brutalidad para convertirla en algo aceptable.

¿Y cómo lidian con ese proceso quienes trabajan allí? Yo creo que el ser humano tiene dos formas opuestas de lidiar con situaciones de crueldad extrema. Algunos de nosotros lo hacen convirtiéndose ellos mismos en personas crueles; eso por ejemplo es lo que sucedió en los campos de concentración nazis, en los que los soldados deshumanizaron a los prisioneros para ser capaz de hacer las cosas más terribles. Otros en cambio desarrollan genuina compasión, y eso es justo lo que yo vi entre los trabajadores de ese matadero: trataban al ganado con respeto y hasta cariño. Aprendí mucho de ellos.

En cuerpo y alma es su primera película en 18 años. ¿Cómo vivió un parón tan largo? Quisiera decir que aproveché ese tiempo para construir colegios o descubrir una vacuna, pero no. Todo ese tiempo, cada día, trabajé en sucesivos proyectos cinematográficos que no prosperaron. Llegué a sentirme muy deprimida, rota por dentro. Todo lo que quería era ser entendida, pero no lo lograba. Por eso cuando presenté En cuerpo y alma en la Berlinale, días antes de ganar el Oso de Oro, pude sentir cómo el público lloraba y se conmovía con ella y fue maravilloso. Sentí que me comprendían, que no estaba sola.