Las llamas que están abrasando Portugal amedrentaron ayer por cuarto día seguido a los habitantes de las aldeas de la zona de Pedrógao Grande. Estos residentes de villas minúsculas que se encaraman por las montañas están sufriendo más que nadie el acoso de un incendio que ya se ha cobrado 65 víctimas mortales y 157 heridos y ha calcinado 30.000 hectáreas.

Varios focos simultáneos se reactivaron ayer en el centro del país. A pesar de que más de 1.000 bomberos tratan de contenerlo, la sequedad de los árboles y el viento han vuelto a vencer. Dos columnas gigantescas de humo negro rodearon durante todo el día Góis, escenario del frente más activo del perímetro del incendio.

Góis está hermanado con la localidad española de Oroso (Galicia) y tiene una cruz de Santiago enorme dibujada en la ladera del monte más cercano. Por ese monte asomaba la columna más peligrosa. Según Xosé Carvalho, un comandante de los bomberos voluntarios de Góis ya jubilado que ayer volvió al trabajo, ahí se instalaron hace algunos años molinos generadores de energía eólica para sacar partido de las constantes rachas de viento que se producen en su ladera. Esas rachas son las que de madrugada reavivaron el fuego.

La resurrección del incendio obligó a desalojar las cinco aldeas de Góis. Bomberos y trabajadores municipales llamaron a los timbres de cada casa para avisar a las seis de la madrugada de que tenían que prepararse.

MIEDO / A las diez vinieron a recoger a Madalena y a su marido, vecinos de Folgosa. Por la tarde, ambos seguían, con una bolsa de zumos y fruta en el regazo, la evolución de la cortina de humo que se cernía sobre su casa. «¿Que si hemos pasado miedo? Mira allí -pedía la mujer de 67 años señalando la columna negra-. Claro que hemos pasado miedo».

En las aldeas viven casi exclusivamente ancianos, un factor que han tenido en cuenta las autoridades cuando ordenaron la evacuación. Todos ellos pasaron el día en los asientos del auditorio municipal, atendidos por voluntarios que anoche les buscaron un buen lugar para dormir. Algunos lo hicieron en un hotel de Coimbra, la ciudad mas grande de las cercanas. Sacarlos de sus casas no resultó sencillo. «Son gente mayor que se aferra a su hogar», avisaba Mario García, vicepresidente del municipio.

El excomandante Carvalho, al timón de nuevo de un grupo de bombeiros, salió escopeteado del parque de voluntarios a las 13.45 horas. En su descapotable condujo raudo -y con los pilotos de emergencia activados- hasta el campo de fútbol del Góis. Acababa de recibir la orden de dar la bienvenida a los «bomberos españoles» que estaban a punto de aterrizar para sumarse a las tareas de extinción. Para esperar a los «españoles» aerotransportados en cuatro helicópteros, el ayuntamiento desplazó cuatro minibuses al modesto estadio y ordenó preparar raciones de comida para servirlas en el colegio del pueblo.

Carvalho, García y tres trabajadores municipales se situaron en el círculo central del terreno de juego para divisar enseguida los helicópteros. Media hora después, sin noticias de los bomberos españoles, desplazaron la espera a una de las bandas. Dos horas más tarde, decidieron proseguir la guardia sentados en las sillas de plástico del chiringuito del club. De confundir los helicópteros españoles con cualquier medio aéreo que sobrevolaba las columnas de humo se pasó a comentar la utilidad que tendrían los aspersores del campo para apagar las llamas.

APOYO ESPAÑOL / «Los españoles llegan cuando llegan, ¿no?», decía impasible Caravalho. Esta vez, sin embargo, no lo hicieron. La última información fue que lo harían por vía terrestre por la noche. Y no serán bomberos, sino efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME). Esperar a los «bomberos españoles», como averiguar si era verdad o no que se había caído un avión que combatía el fuego -Protección Civil lo desmintió-, fue una historia más del día de ayer en Góis, otro pueblo de Portugal comprometido con la voluntad de sobrevivir a un incendio que no tiene piedad.