Cuenta la leyenda que al principio de los tiempos, antes siquiera de que los antepasados de la isla indonesia de Krakatoa se atrevieran a poner cara a las deidades a las que adorarían por los siglos de los siglos, ya tenían muy claro cuándo debían mostrarse temerosos por despertar la ira de sus ídolos celestiales. Una furia que se tornaba terrenal en la incandescencia incontrolable del magma y que anunciaba su llegada bajo el estruendoso rugir que brotaba del interior de este volcán homónimo a la isla que lo acoge. Era la voluntad del dios Vulcano, o eso creían los ancestros de los habitantes de esta isla indonesia, que trataban de calmar su cólera sacrificando a niños y damas inocentes.

Ya en los siglos V y VI después de Cristo se acreditan furiosas erupciones del Krakatoa, padre del Anak Krakatoa, origen del actual tsunami. Así lo ilustra el Libro javanés de Reyes en uno de sus fragmentos al describir la explosión del 417 d.C.: «Un sonido fue escuchado de la montaña Batuwara... Un ruido similar de (la montaña) Kapi... El mundo entero fue sacudido enormemente, acompañado por fuerte lluvia y tormentas, pero no solo no hizo esta fuerte lluvia extinguir el fuego de la erupción de Kapi, sino que aumentó el fuego...».

Poco más de un siglo después, en el año 535, expertos en la materia relatan que un nuevo estallido del volcán fue de tal intensidad que incluso pudo ser el responsable del cambio climático que se experimentaron en ese periodo. Un extremo que a día de hoy no ha sido corroborado irrefutablemente y que, en caso de hacerlo, equipararía el tremendo potencial del Krakatoa con la erupción del también volcán indonesio Tambora, que en abril de 1815 registró un estallido tan brutal que condicionó el ecosistema y la supervivencia a miles de kilómetros del sudeste asiático.

La tremenda expulsión de gases con azufre tapó la visión del sol, fulminando del calendario la estación del verano en el hemisferio Norte, afectando a sus campos de cultivo y llevando a la hambruna a una cantidad ingente de personas. Más de 60.000 personas perdieron la vida en una macabra jugarreta de la naturaleza.

Pese a que en los siglos posteriores la actividad del volcán fue elevada, no fue hasta 1883 que se produjo su erupción más violenta hasta el momento, de unos 200 megatones, lo que supone 10.000 veces más fuerte que la bomba atómica lanzada en Hiroshima durante la segunda guerra mundial. Mató a más de 36.000 lugareños, arrasó con casi 19 km de montaña, la ceniza se elevó hasta 80 km y emitió un ruido tan estrepitoso que se apreció incluso en Australia, a 5.000 km de distancia, considerándose el mayor registrado en la Historia de la Tierra.