Calles convertidas en ríos; árboles, señales de tráfico y trozos de materiales desprendidos moviéndose como proyectiles por vientos huracanados, una lluvia incesante y potentes tornados, comunidades enteras sin suministro eléctrico... La temida furia del Irma, una tormenta que ha devastado el Caribe en su camino hacia EEUU, se desató ayer con toda su fuerza sobre Florida.

Aunque el ojo del ciclón se desplazó hacia el oeste -donde el Irma tocó tierra por la mañana en los Cayos con categoría 4 y por donde seguía su trayectoria hacia el norte rebajada aún más (categoría 3)-, golpeó duramente toda la jornada en el sur de la península. Las crecidas del agua fueron inmediatas y el downtown de Miami, pese a estar a cerca de 200 kilómetros del ojo del huracán, fue duramente afectado por el fenómeno conocido como «el lado sucio del huracán» y sufrió serias inundaciones, con su sistema de drenaje desbordado.

Cuando autoridades como el vicepresidente Mike Pence hablan de una tormenta «de proporciones épicas e históricas» no exageran un ápice. La destrucción de infraestructuras es un hecho y, ya ayer, dos millones de personas se quedaron sin suministro eléctrico, casi la mitad en la zona urbana que incluye Miami y en su condado, donde la policía se vio obligada a dejar de prestar servicio. La recuperación de la red, se anunció, tardará «días o semanas». Pero la prioridad es, ante todo, contener al máximo posible la pérdida de vidas.

«Podemos reconstruir edificios y ciudades, no vidas», advertía Pence en su visita a la sede central en Washington de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias. Desde allí se coordina la respuesta del Gobierno a una tormenta que ha dejado 25 muertos en el Caribe y que el sábado provocó tres muertos en EEUU.