En 2010, Latinoamérica inauguraba la segunda década del siglo XXI cargada de buenas expectativas: una nueva camada de líderes progresistas se confabulaba para sacarla de la miseria, Obama enviaba al desván los modales imperialistas con los que EEUU había tratado siempre a sus vecinos del sur y la emergencia de los BRICS auguraba un mayor protagonismo para los países que en el pasado habían pintado poco en el mundo.

Diez años más tarde, la situación del continente es muy distinta: ninguno de los políticos que protagonizaron 'la marea rosa' se mantiene en el poder, Trump ha dinamitado la diplomacia 'friendly' que propulsó su antecesor y Latinoamérica solo es noticia por la corrupción que infecta a sus instituciones, la violencia que campa en sus calles o las riadas de emigrantes que huyen al norte.

Cómo se pasa de una foto a la otra lo explica el periodista Jon Lee Anderson (California, 1957) en su último libro, 'Los años de la espiral' (Sexto Piso), donde ha reunido una colección de artículos, reportajes y perfiles publicados en The New Yorker que radiografían la última década del continente latinoamericano. Habla desde Washington, donde se ha desplazado para ser testigo directo, como a él le gusta, de la toma de posesión de Joe Biden.

-¿En qué cambian las perspectivas de futuro de América Latina que ya no esté Trump?

-En mucho. De entrada, vuelven los modales, la diplomacia y el verbo clásico de las relaciones maduras entre países. Parece simbólico, pero es fundamental. Recordemos que Trump inició su carrera política en 2015 saliendo de su torre de Nueva York para gritar que todos los hispanos son unos ladrones, violadores y asesinos a los que hay que aislar con un muro. Su marcha traerá distensión. Hay muchos problemas por resolver, algunos muy agrestes, pero coño, al menos ya no está Trump. Con él se va el americano feo, el del yanqui go home?, y esto lo cambia todo.

-¿Qué han supuesto estos cuatro años de trumpismo para Latinoamérica?

-En su segundo mandato, Obama enterró la doctrina Monroe que facultaba a EEUU a intervenir en cualquier país del sur en aras de su seguridad, pero Trump revertió ese cambio y se dedicó a armar conspiraciones y bochinches. Llegó a incluir a Cuba en la lista de países que patrocinan el terrorismo, algo infundado y absurdo. Ahora, a Biden le costará anular esa orden debido al burocrático sistema político norteamericano.

-¿Qué saldo arroja la comparación de la Latinoamérica de 2010 y la de ahora?

-Hace diez años, Obama y Lula coincidieron un día en un escenario y el norteamericano le dijo al brasileño: eres el tipo más popular del mundo! Con la 'marea rosa' de líderes progresistas que había en el continente y la irrupción de los BRICS, parecía que América Latina empezaba a ser considerada en el planeta. Aparte de Lula, estaban Mujica, Evo Morales, Rafael Correa, el propio Castro y Chaves en su mejor momento. ¿Quién está hoy al frente de Latinoamérica? ¿Cuál es su presencia en el mundo, si solo se habla de ella a cuento de la corrupción, el narcotráfico, la violencia, la deuda financiera, el éxodo de emigrantes o la quema de la Amazonía?

-¿Es un problema de falta de líderes?

-El problema de América Latina es que las democracias que echaron a andar hace 40 años están haciendo aguas. La región es un barco a la deriva en espera de que llegue un detonante que haga que las cosas vayan para un lado o para otro. Ojalá ese detonante sea Biden y que el desenlace sea positivo.

-¿Cómo se frustraron las expectativas que había hace 10 años?

-Lo que acabó con esa esperanza fue la corrupción. Es el talón de Aquiles de Latinoamérica. Hace 40 años, sus problemas se resumían en dos palabras: dictaduras y guerrillas. Hoy, la corrupción es lo que define el régimen político del continente con muy pocas excepciones, y eso se traduce en otros problemas, como la violencia. La región tiene el mayor índice de homicidios del mundo.

-¿A quién responsabiliza de esta situación?

-Desde fuera de Latinoamérica nunca se aposto por fortalecer la democracia, pero esto no puede servir de excusa. Hay que preguntar a estos países: ¿qué han hecho ustedes con sus 150 años de independencia? Algunos no han conocido más que colonialismo o regímenes militares. Fijémonos en El Salvador: desde que acabó su guerra civil, ha tenido a cinco rateros como presidentes y el de ahora es un gánster de night club. El de Honduras es un narcotraficante. En México, los cárteles mandan en estados enteros y al frente del país está López Obrador, un líder populista de izquierdas que se sintió identificado con Trump.

-Todos llegaron al poder por las urnas.

-Pero luego nadie les exigió que rindieran cuentas, y a Washington tampoco le importó mucho lo que pasaba. Hace 30 años, un día alguien regaló a Menem un Ferrari y el tipo se dedicó a pasearse por Buenos Aires gritando: es mío, es mío! Vendió el país y amasó una inmensa fortuna, pero sus conciudadanos nunca lo enjuiciaron. En América Latina se ha consolidado una cultura de la corrupción que se camufla bajo una máscara de alternancia democrática para que el poder solo lo ostenten los rateros. No todos son rufianes, pero la mayoría sí. Latinoamérica es hoy Alí Babá y los 40 ladrones.

-¿Entonces lo que falla es la democracia?

-Lo que falla es que la democracia no se ha consolidado a través del estado de derecho. Cuando los jueces y los policías son corruptos, no hay democracia. Ni sociedad cívica. Al final, la corrupción es lo que ha envalentonado a populistas como Bolsonaro, Buquele, Ortega o Maduro.

-¿Y esto cómo se arregla?

-Hace 50 años, el Che Guevara habría contestado: con lucha armada, con la violencia purgativa. Ya no estamos en la época de las guerrillas, pero sí de los estallidos sociales. Las plataformas son las redes sociales, que son un arma de doble filo. Nos trajeron a Trump y a Bolsonaro, pero también sirvieron a los chicos de Chile para organizarse y estallar, hasta que el presidente cedió y ahora el país está embarcado en la redacción de una nueva constitución.

-¿Propone una Primavera Árabe 'latinoamericana'?

-No, porque aquello acabó en una hecatombe. En el caso de América Latina, creo que cada país ha de encontrar su fórmula y su camino. Los chilenos han logrado tornar su estallido social en algo creativo y constructivo. Han entendido que su problema es sistémico y existencial, relacionado con la constitución que les dejó el dictador en herencia hace 30 años, y han decidido escribir su propio manifiesto social. Ojalá otros países hicieran lo mismo, porque es obvio que muchos necesitan un cambio de chip. La ciudadanía tiene que activarse. Ahora no pueden acusarles de ser cómplices de la violencia, porque ya no hay guerra fría ni guerrillas en el monte. Tienen que salir a la calle a exigir cambios a sus servidores públicos.

-Hay un caso que interesa especialmente en España: Venezuela. ¿Qué futuro augura a este país?

-Va a estar muy vinculado a lo que haga Biden. Dudo mucho que quiera derrocar a Maduro. Mantendrá las sanciones, pero abrirá un diálogo que espero que el líder venezolano sepa aprovechar para buscar una salida al país más allá de aferrarse en el poder. Venezuela necesita diálogo, transparencia y alternancia. Si Maduro opta por buscar aliados autoritarios, el conflicto seguirá enquistado.

-¿Le preocupa el futuro del continente?

-Hoy tengo un optimismo que no tenía hace tres meses, por el efecto Biden, pero me temo que Latinoamérica va a seguir siendo noticia por motivos negativos. Arrastraba muchos problemas antes de la pandemia, que ahora se han acrecentado. La vacuna no les va a llegar tan rápido como a EEUU o Europa y habrá estallidos sociales. Mi temor es que los aprovechen los populistas. Ojalá el fin de Trump signifique que esos temores son infundados.