La médica británica Kathryn Mannix, especializada en cuidados paliativos, ha presenciado más de 10.000 muertes a lo largo de su carrera profesional. Muchos días llegaba a casa y se ponía a escribir sus sentimientos. El resultado de esas reflexiones es Cuando el final se acerca, un ensayo en primera persona en el que Mannix cuenta, sin morbo y con corazón, cómo varios enfermos terminales y sus familiares afrontaron sus últimos días. Y también cómo los afrontó ella misma. Como persona y como médica.

—La muerte asusta mucho, pero su libro deja claro que, en la mayoría de casos, «no hay miedo, sino una gran sensación de paz».

—A lo largo de mi carrera profesional he presenciado unas 10.000 muertes. La mayoría son un proceso tranquilo. Cuantas más muertes veo, menos temo a mi propia muerte. Hace 100 años todos fallecían en casa. Ahora, con los hospitales, estamos más alejados del trato diario de la muerte. Es menos violenta y dolorosa que hace cien años porque la medicina ha avanzado mucho. Es más lejano, sí. Pero menos violento también. Es algo triste, claro, pero no es dolorosa.

—En algunos casos sí es violenta. Usted cuenta cómo Alex, un joven con cáncer, fallece desangrado delante de su familia.

—¿Y cómo manejo algo así? Tengo mi cabeza divida en dos. Una es la médica; y otra, la persona. Pero intento hablar solo como profesional, aparcar la otra faceta. El origen de mi libro es la inquietud que yo tenía al llegar a casa después de cada jornada laboral. Cogía unos folios y escribía como terapia para mí, para sacarme de la cabeza las cosas que había visto ese día.

—Todos vamos a morir. Cada día que pasa estamos más cerca, pero sigue siendo un tabú. Su libro lo denuncia.

—En el Reino Unido se evita a toda costa pronunciar la palabra muerte. Tampoco muerto ni murió. Se usan eufemismos. Pero me he dado cuenta de que hablar con franqueza al paciente es un alivio para él. La familia se enfada, ellos son siempre partidarios de la corrección política para no ofender. Pero me consta que el paciente se siente aliviado y quiere sacar el tema. ¿Por qué sucede todo esto? Pues porque no queremos tristeza en nuestras vidas. Vivimos en una época en la que queremos ser guapos, sanos, ricos y triunfadores en las redes sociales. No queremos nada malo. Tampoco queremos que nuestros hijos saquen malas notas en el colegio. Yo pretendo poner un granito de arena en el debate: hablar de lo malo no es tan malo.

—En algunos casos el paciente sopesa acabar con su vida. ¿Qué piensa de la eutanasia?

—En el Reino Unido no es legal. Se ha debatido en varias ocasiones durante los últimos 10 años en el Parlamento, pero las propuestas nunca han salido adelante.

—Los enfermos y los que están al borde de la muerte merecen respeto. ¿Por qué no respetar a la gente que no quiere vivir?

—Mi libro no es un libro sobre el debate de la eutanasia. Me he dado cuenta de que en todos los países hay debates acalorados entre los que están a favor y en contra. En medio están los pacientes y la comunidad médica, que piensan que tanto unos como otros tienen parte de razón. Después de 30 de años de carrera profesional y 10.000 muertes presenciadas, te digo que no tengo opinión sobre la eutanasia. Primero hay que saber cómo es el proceso de la muerte. Hay enfermos asustados que no saben cómo es y por eso tienen miedo. El legislador está sano y en plenas facultades. Por otra parte, están los grupos de presión, los que están a favor hacen mucho ruido.

—¿Cómo logra ser profesional en esos momentos? Ginecólogos y matrones lo tienen más fácil, ellos traen vida al mundo.

—Pues yo traigo buenas noticias a los enfermos que viven momentos terribles. Les explico cómo les vamos a tratar y cómo les vamos a aliviar el dolor. La gente llega a los cuidados paliativos con la idea de las muertes americanas: llamativas y trágicas. Pero la muerte normal no es así. La gente se tranquiliza porque sabe que va a ser más tranquilo y manejable. Yo a veces también lloro. Y el paciente. Otras veces nos reímos. No te lo vas a creer, pero los desahuciados también pasan buenos momentos.