Yuri Kruichkov, que como todavía hoy vivía en Moscú el 20 de julio de 1969, no entendió la llegada de Neil Armstrong y Buzz Aldrin a la Luna como una humillación para la Unión Soviética. Eso, si acaso, sucedió en 1993. Luego explicará por qué. Primero merece la pena retroceder medio siglo, cuando Kruichkov tenía 15 años y dejaba atrás una infancia de hazañas espaciales soviéticas y ridículos monumentales norteamericanos, como aquel primer intento de lanzar al espacio al rival del Sputnik, el Vanguard, que cómicamente se elevó del suelo medio metro y estalló, no sin antes hacer rodar por el suelo, como un melocotón, el núcleo central del satélite, que comenzó a emitir su bip-bip-bip. En contra de lo que a veces alegremente se cuenta, la llegada de una misión tripulada a la Luna no fue férreamente censurada en la Unión Soviética. Solo tamizada. Así lo recuerda Kruichkov.

«Ni China ni la URSS retransmitieron en directo la llegada del hombre a la Luna», explica Kruichkov. Es un detalle tal vez sintomático de hasta qué punto las autoridades soviéticas no esperaban un trágico final de la tripulación del Apollo 11. En Washington, Richard Nixon tenía a punto el discurso por si aquel era un viaje sin regreso. «El destino ha ordenado que los hombres que fueron a la Luna a explorar la paz permanezcan en la Luna para descansar en paz…». La misión, como se sabe, fue una proeza, pero la noticia no se ocultó en la URSS. «No fue la más destacada del día, pero hasta el diario Pravda la recogió, creo que en la cuarta página, firmada por el corresponsal en Estados Unidos. Al lado había un artículo elogioso a cargo del vicepresidente de la Academia de Ciencias rusa».

En Francia tienen una expresión deliciosa para referirse al periodo que abarca desde el final de la segunda guerra mundial a la gran crisis económica de 1973, Les Trente Glorieuses, una etapa de prosperidad embriagante. Si algo lejanamente similar tuvo la Unión Soviética fue ese decenio en que de forma clara parecía que la conquista del espacio iba a ser solo suya. El lanzamiento del primer Sputnik acongojó, literalmente, a los estadounidenses. No era solo que los rusos hubieran puesto en órbita un satélite, sino que demostraban que eran capaces de lanzar un misil intercontinental. La infancia de Kruichkov está salpicada de recuerdos aderezados por el Kremlin, aunque la realidad a veces no lo exigía. La URSS puso en órbita a Yuri Gagarin el 12 de abril de 1961 y, cinco días después, Kennedy autorizó la calamitosa invasión de Cuba. Un perfecto resumen.

¿Cómo edulcoraron las autoridades soviéticas aquella primera pisada de Armstrong en la Luna? «Nos convencieron de que EEUU había tomado el camino fácil, que había enviado hombres a hacer el trabajo de robots, que ese era el verdadero reto. Nos lo creímos». Aquella mentira ocultaba media verdad. Toda efeméride de la misión Apollo 11 suele eclipsar que la URSS trató demitigar el impacto mundial con una carrera contrarreloj portraer muestras de piedras lunares a la Tierra. Era la misión Luna 15, un cohete robotizado. El 21 de julio de 1969, un día después del paseo de Armstrong y Aldrin, trató de alunizar. De haberlo logrado tenía tiempo de regresar a casa antes que los astronautas estadounidenses. Se estrelló y no fue noticia del Pravda.

Puede que inseguro por sus respuestas (nada hay más falso que los recuerdos), Kruichkov pide un paréntesis para llevar a cabo lo que sin duda es el comodín de la llamada. Busca a un conocido, Pavel Mevdedev, mayor que él, nacido en 1940, que vivió la llegada del hombre a la Luna como profesor de Matemáticas en Moscú. Le cuenta que, efectivamente, la gente sonrió con amabilidad a lo que había logrado Estados Unidos. No fue un deshielo político. Lo que sucedió es que todo lo relacionado con la conquista del espacio se consideraba ancestralmente soviético. Puede que incluso al otro lado del telón de acero así se considerara. En 1966, Alfred Hitchcock estrenó Cortina rasgada. De aquella película no debería pasarse por alto detalle de la trama. Paul Newman finge que deserta al bloque oriental para conocer al profesor Lindt, que ha sido capaz de resolver una ecuación matemática indispensable para el lanzamiento de cohetes que a él se le resiste. Cortina rasgada, al menos hasta 1966, retrataba una cierta realidad. Y, por cierto, el personaje que interpreta Newman se apellidaba Armstrong.

Lo que Mevdedev y Kuichkov intuyeron es que Les Trente Glorieuses soviéticos muy pronto se iban a quedar muy cortos. Ambos viajaron en aquellos meses por provincias alejadas de Moscú y vieron lo que con el tiempo iba a ser común, las estanterías de los supermercados vacías, la imposibilidad de comprar incluso una porción de mantequilla.

Kruichkov, lo dicho, no sintió la humillación ni en 1960, ni en los 70, ni en los 80. Fue en 1993, cuando Boris Yeltsin canceló el proyecto de los transbordadores espaciales Burán. Uno de ellos es hoy una cafetería. Si Gagarin levantara la cabeza… «El año pasado se hizo publica una encuesta. Un 57% de los rusos cree que la misión del Apollo 11 fue un engaño, que la NASA no puso jamás a nadie en la Luna», concluye Kruichkov. En 1969, ni se discutió.