Lunes de tregua contra el tedio y la rutina. Lunes para dormir a pierna suelta e indultar al fin de semana. Lunes, en definitiva, para hacer cualquier cosa menos trabajar. El sueño dorado, la propuesta que encandilaría a cualquier empleado tiene un desenlace incierto en un lugar del mundo, el único posible. El Gobierno de Japón cruza los dedos para que su apuesta por teñir de rojo festivo las mañanas de un lunes al mes tenga un acogimiento a la altura del prestigio de la tecnología patria. El resultado no es baladí: hay muchas vidas en juego.

En Japón, como en China y en Corea del Sur, hay una cantidad considerable de personas que se dejan la vida en las maratonianas sesiones de trabajo que acumulan a diario. Para combatir esta tendencia tan arraigada, el Ejecutivo de Tokio ha impulsado el proyecto Lunes brillante, la posibilidad de librar medio lunes al mes para rebajar la carga de trabajo que encajan buena parte de los asalariados y así mejorar sus expectativas vitales. En las estadísticas oficiales japonesas, el macabro saldo oficial rebasa con asiduidad el umbral de los dos centenares de decesos al año, si se consideran los casos de karojisatsu (suicidio derivado de depresiones y otros trastornos mentales acarreados por la sobrecarga en el trabajo) y de karoshi (muerte por afección cardiaca o cerebral a causa del exceso de trabajo), término que suele emplearse para aglutinar ambos fenómenos.

La cifra real, sin embargo, supera los dos millares de casos, según las estimaciones de Hiroshi Kawahito, secretario general del Consejo Nacional de Defensa de las Víctimas de Karoshi (CNDVK). Las estadísticas de la Agencia Nacional de Policía refuerzan esa tesis. En la última década se han suicidado entre 2.100 y casi 2.700 personas cada año por problemas relacionados total o parcialmente con el trabajo. La gran diferencia entre el guarismo aportado por la policía y el aceptado por el Gobierno como karoshi estriba en esa variante de parcialidad en la estadística, cuando la causa principal no cumple los requisitos oficiales y queda diluida entre una amalgama de posibles motivaciones.

PRIMER CASO

En ese punto, desde la CNDVK se preguntan dónde establecer el umbral para identificar un trabajo que, literalmente, mata y cuyo primer caso certificado se remonta a 1969. Yohei Suda, abogado y portavoz de la asociación, recuerda los «estrictos parámetros» que exige el Gobierno japonés para establecer una relación directa entre una defunción y la sobrecarga profesional: más de 100 horas extra en un mes en el caso de karoshi, o superar las 120 horas durante un promedio de dos meses para situaciones de karojisatsu, según dispone la Oficina de Inspección de Normas Laborales nipona.

A la complejidad de la situación contribuye una legislación que juega a favor de la empresa, que puede sortear las restricciones de horas de trabajo con la práctica extendida de que los empleados trabajen sin horario, transformando una supuesta medida en pro de la flexibilidad laboral en una sutil baza para disimular los excesos en las jornadas laborales. Además, numerosas compañías ignoran sistemáticamente los límites en las horas extra que la normativa obliga a la compañía a consensuar con los empleados. Una encuesta en el primer Libro blanco sobre karoshi revelaba en el 2016 que una de cada cinco empresas japonesas admitía que algunos de sus empleados trabajaban durante al menos 12 horas al día, superando el umbral de las 80 horas extra al mes.

La impunidad de que disfrutan las empresas y la consolidada cultura del esfuerzo del país explican el fracaso que representó el proyecto de Viernes premium por el que apostó el Gobierno el año pasado, ofreciendo la posibilidad de comenzar el fin de semana festivo el mediodía del último viernes de cada mes, de carácter voluntario, como los lunes brillantes. «La idea era que los empleados pasaran más tiempo con la familia y, de paso, incentivar el consumo interior, pero apenas se acogió un 3,4% de compañías», destaca el cónsul general adjunto de Japón en Barcelona, Yuji Takeya. Las autoridades depositan sus esperanzas en los lunes brillantes exponiendo que «muchas empresas y empleados justificaban lo inoportuno de la medida en un viernes porque a final de mes quedan muchas tareas pendientes a cerrar en el balance empresarial». Yohei Suda apela a los precedentes para fundamentar sus profundas reticencias sobre que las propuestas que llegan desde el Gobierno reduzcan los casos de karoshi como sería necesario. «Incluso si se acogieran masivamente al shining monday, los empleados deberán recuperar ese tiempo no trabajado en otros días mientras no se reduzca la carga de trabajo global, el auténtico reto a superar», dice el letrado. Sugiere que el Gobierno encamine sus pasos mirando a Occidente. «La UE obliga a un intervalo de al menos 11 horas desde el final del trabajo de una jornada hasta el comienzo de la siguiente», describe.

Y pide que la normativa laboral fije obligatoriamente el tope de horas extra que se pueden trabajar y determinando mecanismos efectivos de fiscalización para castigar al empleador cuando proceda.

«Hay que evitar hacer más de 45 horas extra al mes y erradicar la situaciones de acoso laboral -expone Suda-. Hacer entender, en definitiva, que el trabajo es un medio de vida y no una forma de perderla».